“Autopsia” significa, aproximadamente “ver uno mismo”. “Necropsia” me gusta más, suena mejor; como a “ir a ver lo muerto”.
Las reconstrucciones forenses respetables requieren detalle, talento; las correlaciones, tan frecuentemente juguete de ávidos carroñeros y especuladores, no se encuentran o se establecen tan así, tan ‘yo me arrastro este cadáver pa’llí, le parcho un fusil, y sale’… No. Nada existe sin un contexto, ni pasa sin dejar rastro, sin llevarse nada.
A veces, en casos de suicidio, los equipos forenses ofrecen una ñapa conocida como “autopsia psicológica”. Yo diría “necropsia psiquiátrica”: agrega impacto y es «marketero»; algo más salido de un tempranero Halloween de apocalípticos augurios. De un manicomio del s. XIX en el s. XXI.
Fenómenos que nos preocupan bastante, como el de la violencia contra las mujeres, especialmente los casos más espeluznantes, como los feminicidios, requieren afanosamente comprensión de los determinantes, pues hasta ahora nada parece detener la incidencia de este fenómeno doloroso y un reducido “es que los hombres son asesinos” no ofrece mucho más que un punto de partida para una compleja elaboración que lleva a una respuesta tristemente inmodificable: “sí, el mundo está lleno de depredadores”. Y pues, mientras las intervenciones culturales y la justicia se hacen cargo de eliminar el fenotipo “hombre agresor”, se puede ir adelantando trabajo en otros frentes del asunto.
Por cada feminicidio que llega a hacerse escandaloso en medios o redes sociales, decenas pasan desapercibidos en la cotidianidad violenta de Colombia.
Para que un resultado social adverso de tal calibre se presente, como todo en la vida, es necesaria la sumatoria y combinatoria de, quizás incontables, variables interdependientes: factores de las personas, de las parejas y sus historias, de sus entornos que omiten el auxilio y facilitan las cosas a los perpetradores, van empujando la probabilidad de aquel resultado hacia el borde del abismo de su materialización, sin dejar de resaltar que la pareja no es el único marco en el que suceden agresiones letales contra las mujeres y las mujeres trans, contra quienes constantemente suceden crímenes de odio.
Cuando esta sumatoria de factores de riesgo resulta en la muerte violenta de las mujeres, comentar en público los atributos que la mujer ha puesto en juego ahí puede ser leído por muchas y muchos activistas y espectadores comentaristas como una revictimización, lo cual es bastante desafortunado e indeseable, porque nada justifica la exposición morbosa ni la inflexión de dolor adicional.
Pero tienen que haber oportunidades y maneras de saber. No sé. De algún nivel del contexto debe ser posible extraer elementos para hablar, para pensar y reflexionar sobre todos los aspectos y los actores posibles, porque las cosas no se pueden quedar así. No nos podemos quedar sin saber.
Sebastián Ruiz
Médico editor
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