Para llegar hasta la finca El Medio tuve que hacer un acto de fe. Algunas personas me habían hablado de la legendaria casa construida sobre tres fronteras: las que separan al Quindío del Valle del Cauca y Risaralda. Su acceso era por La India, corregimiento de Filandia, y aprovechando su recién reparada vía, me dispuse a explorar. Sin embargo al llegar me enteré que mi destino estaba mucho más lejos.

Del centro poblado a la finca hay cerca de 20 minutos de Willys, uno cuyo destino es la vereda Arabia, que hace parte del perímetro de Pereira. Por medio de un camino serpenteante que baja hasta el borde del río Roble como si descendiera por una espiral, me di a la tarea de encontrar ese lugar que me parecía legendario por las cosas que me habían contado. El carro brinca por entre la destapada, los olores a hierba fresca y a boñiga de vaca se alternan, y en la radio del vehículo se lamenta Luis Alberto Posada. Una postal tradicional en el Eje Cafetero.

“¿Una finca en medio de los tres departamentos?”, me preguntó el yipero, “nunca había oído de ella”. El resto de los pasajeros respondieron igual. ¿Me estaba perdiendo? De por sí tampoco conocía el sector. Me sentí como los colonizadores buscando el tesoro Quimbaya, ese de donde cuentan, salió una estatua de oro macizo, de 1.40 centímetros de altura, representando una india que le dio nombre al corregimiento. La invaluable pieza arqueológica tuvo un destino muy habitual en Colombia: se vendió en el mercado negro y desapareció de los registros.

En una de las incesantes curvas apareció el puente que pasa sobre el río. Oficialmente, la frontera. “Tiene que ser acá”, me dijo el conductor. Me bajé expectante, y atravesé a pie a Risaralda, donde vi una fila de casas asentadas al borde de la carretera, para preguntar por la casa. “Tiene que ser la casa de los Velásquez”, me respondió una vecina, señalando una casa blanca subida a lo alto de una loma. Subiendo la empinada con precaución (no hay nada más imprevisible que el perro de una finca) me acerqué a la construcción, que parecía sola. Pronto empezaron a aparecer rostros, uno de los primeros Juan Sebastián, heredero del particular predio.

“La finca se llama El Medio porque está en el medio de los tres departamentos”, respondió a la cámara. “Son dos departamentos, Valle y Quindío; Risaralda empieza en esa piedra grandota que está en el río”, escuché a mis espaldas; era su padre, Javier, que se había acercado a escuchar la entrevista. Entre ambos me dieron el recorrido por la casa de bahareque, que parece respirar con el paso del viento apretujando sus tablas y guaduas. Caminar por sus pasillos y entrar a sus habitaciones es recorrer un museo lleno de historias, que provienen desde la época de la colonia, cuando los quimbayas sacaban sal de las vetas de la finca, y que sus habitantes actuales pretenden rehabilitar.

“También queremos crear acá un proyecto turístico. Por eso estoy estudiando turismo en el Sena”, me contó el hijo. Miré a mi alrededor y les di la razón. El enclave, aparte de su particular ubicación, tiene interés antropológico, histórico, ecológico… con fantasmas incluidos. Sin ánimo de sonar poético, El Medio ha visto nacer y crecer el Quindío desde una esquina, como asentamiento indígena, como lugar de mercado, como cruce de caminos. Y se merece ser conocido. Parado con la cámara en medio de este paraje rural y con el sonido del rio de fondo, respire profundo y recé para que, pese al desarrollo que debe llegar allí en algún momento, el tiempo no pase y siga detenido en medio de lo que en el Quindío le podríamos llamar la Triestatal.