Llevo el deadline en la memoria intermitente; si no toca esta semana, toca es la otra.

El rendimiento cognitivo no se me ha vuelto a materializar. Por puro castigo —aprovechando que carezco de autoridad moral— debería escribir sobre la disciplina y la consistencia.

Sobre la motivación, la persistencia o la perseverancia. Debería llenar esta página de consejos de cómo alcanzar tus metas y tus sueños. Pero sueño es el que me está alcanzando, debe ser ya la quetiapina que me puso a tomar Mariana.

Un par de ranas.

Desde el sábado la telepantalla, fulanito informa, las bombas, la sangre, los gritos, las redes, el absurdo, la gente…

El trabajo, el frío que no es del sábado, que’s de siempre.

El libro de Pessoa no ayuda con el insomnio; los demás no me enganchan cuando ando agotado.

¿Y el maletín de emergencias? Tengo una linterna, pero hace unos días no la veo, debe estar en medio del “desorden”, la escondió el duende…

Si me propongo ordenar un poco, recuerdo que el universo se está yendo a la B, que el incremento de la entropía es irreversible, y me digo “qué me voy yo a gastar la escasa energía de la costosa comida en esta fútil vuelta de torear revoltijos; dejemos así, hagamos de mala gana un poco de aseo y que la ida al baño en la oscuridad nos ejercite la memoria de la casa, una linterna pa’ qué ¿De qué sirve una pequeña luz en este mundo?”

Repudio la guerra. No soy de hacerle porras a milicias, mucho menos de besar botas ni bordillos de banderas. Mi condición civil me obliga al pacifismo. Siento tan propio el dolor de las personas, que no tolero ni los videos de caídas accidentales que causan gracia y chiste a tantos.

Las noticias, la ignorancia, las imágenes sangrientas son un tormento constante. No encuentro lugar para el odio en mis explicaciones del mundo. No entiendo tanto barrismo morboso en medio de esta masoquista y desenfrenada avalancha de autodestrucción.