Con toda razón, el anuncio de las disidencias de las Farc, sobre la creación de un nuevo frente que cobijaría el territorio del Quindío, ha generado inquietud (por decir lo menos). Nos hemos preciado de tener, como una bendición, un departamento ajeno al conflicto armado que ha desangrado terriblemente otras regiones del país, por lo que genera alerta en una comunidad que nunca ha vivido la violencia y solo la ha presenciado por medios de comunicación. Prontamente, se manifestaron las autoridades regionales para dar un mensaje de tranquilidad, de que no es necesario entrar en un pánico inmediato y de que de por sí ya se trabajaba en fortalecer la seguridad. Y sin embargo, casi que automáticamente, se inició la guerra sicológica en la región.

En un principio fueron las críticas a los gobernantes y las instituciones de seguridad por parte de una parte de la población y la prensa. Que cómo es que seguían negando la presencia de Grupos Delictivos Organizados si esta era la prueba que refutaba su postura, dijeron algunos, negando la posibilidad de que hasta la fecha no hubiera manifestaciones de su presencia. Los trataron como mentirosos; una acusación bastante temeraria, si se tiene en cuenta que son justamente los actores que cuentan con la información oficial y los datos verídicos de la situación.

Pero, posteriormente, llegó una nueva alerta. De repente en sitios de tránsito rural e incluso en una vía de Armenia, la capital, empezaron a aparecer graffitis y pendones que anunciaban que había llegado el terror. Eso hizo que saltaran las expresiones de miedo y de nuevo, los señalamientos a las autoridades, que en poco tiempo desestimaron la veracidad de estos. Hasta el momento, tienen razón, la única información que puede tomarse como cierta es la del video de Marlon Vásquez, comandante desde el autodenominado Estado Mayor Central.

Hay que ser claro: Un hecho tan desestabilizador como el anuncio de la llegada de las disidencias da para todo. Algunos hablan de delincuencia común, aprovechando el ambiente malsano que se ha empezado a cocinar. Pronto, esperamos que no, tendremos noticias de ciudadanos contactados por personajes misteriosos aduciendo que pertenecen a estas estructuras con el fin de extorsionarlos. Se baraja otra hipótesis, muy por debajo de la mesa: que los autores de estas expresiones sean aquellos que buscando apelar al miedo, quieran justificar un viraje en el gobierno en las próximas elecciones nacionales. Porque nada vende más que una amenaza que, repetimos, hay que tomarla con seriedad por la realidad que esta reviste.

La invitación, sin embargo, es a no caer en un juego de suposiciones. Sea cual sea el origen de los pendones y los escritos en aerosol, como sociedad no podemos entrar en un diálogo de presuntos, cuando de esto depende nuestra convivencia. La incertidumbre es amiga del error, y así como podemos responder con contundencia a alarmas falsas (como la risible anécdota de las maletas en el aeropuerto El Edén que fue confundida con una bomba), esto también nos puede jugar en contra y encontrarnos sin preparación ante un riesgo real. Por ahora, a esperar y a confiar en las instituciones, que son las llamadas a dar los lineamientos para preservar en el departamento más pequeño del país y que cuenta con el batallón Cisneros, el de Servicios, el de Alta Montaña, la Octava Brigada, los carabineros, el Gaula, la Policía… Lo que les representa un reto interesante a los fascinerosos que piensen que es fácil tomarse al Quindío.

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