Se ha vuelto un lugar común el hablar del fin de los partidos. Y no es para menos, si se tiene en cuenta los líderes naturales de las dos facciones más reconocibles del espectro colombiano: Álvaro Uribe como estandarte de la derecha, y Gustavo Petro desde la comandancia de la izquierda. Ambos con una amplia experiencia en las lides electorales, sufren del mismo mal: Mientras que, de manera nominal, ambos arrastran un capital electoral indudable, se ven en dificultades para impulsar a sus representantes en los territorios.

Por eso ambos han encontrado en las marchas una plataforma para sumar. Y la cotidianidad nacional es un ambiente propicio para esto: a los cambios radicales que propone el Presidente y su tendencia por imponer sus decisiones sin aceptar opiniones divergentes, se le contrapone el ex mandatario antioqueño apelando a la rabia y la insatisfacción. Esta columna se publica en el medio de dos marchas promovidas por cada uno de los personajes: el pasado 21 de abril una masa de manifestantes que se estima en cerca de 400.000 ciudadanos, se tomaron las calles, sin importar que fuera domingo o estuviera lloviendo. La respuesta de Petro no se hizo esperar, y reconociendo la presión que empieza a ejercer la oposición con este tipo de eventos, convocó a sus seguidores a marchar el próximo 1 de mayo y, por lo menos, igualar el volumen de participantes.

Dos movimientos sociales que se contraponen, en representación de todo el amplio espectro ideológico actual, en una guerra simbólica que pretende representar el apoyo o rechazo de las decisiones tomadas desde Presidencia. Una muestra de la salud de la que gozaría la democracia, que para funcionar adecuadamente necesita de la diferencia para lograr el consenso. Pero, ¿realmente está funcionando?

La pregunta surge por las motivaciones de los marchantes. No son pocos los vídeos registrados en la manifestación del 21A, de personas que literalmente no sabían por qué protestaban. En lugar de ofrecer argumentos claros, las declaraciones desvarían por caminos sinuosos que demuestran un desconocimiento vulgar del tema. Aparte del gremio médico, el resto de quienes asistieron a gritar arengas en contra de las reformas del Gobierno simplemente no las han leído. Un factor que, tal vez en menor medida, se presente con la convocatoria hecha desde el oficialismo para este 1 de mayo, si se reconoce que la izquierda por lo general mantiene más enterada de su realidad. Pero que muy probablemente también se presente, en este caso en el bando defensor.

En últimas, poco importa; porque tanto en las expresiones de apoyo como de rechazo lo que menos vale es el contenido. Las marchas no están suscitadas por las ideas, como debería ser, sino por los caudillos. Salir el 1 de mayo se convertirá para algunos, en un espaldarazo al presidente, como haber salido el pasado 21 de abril lo fue para el expresidente. Y si bien, son actos que fortalecen la identidad de ambos individuos, poco hacen por una colectividad que se ve difusa cuando, de elecciones nacionales se pasan a las regionales. Porque es cierto: los partidos están en crisis, y sus líderes parecen no estar interesados en construir unos colectivos con un piso sólido. Y entre esto y la idolatría, poco trecho queda.

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