Al rescate de las plantas no convencionales en la construcción de la paz

Al rescate de las plantas no convencionales en la construcción de la paz

Una pregunta para nuestros lectores de cierta edad en adelante. ¿Han vuelto a ver un chachafruto? ¿Una badea? ¿Una pomarrosa? ¿Una cidra? Estas plantas, que hacían parte fundamental de la dieta de finca en la región fueron, tal vez, las primeras que sintieron el embate del consumismo que se vio exacerbado por allá en los 90, cuando César Gaviria tomó la decisión presidencial de firmar el Tratado de Libre Comercio con Estados Unidos y proferir en voz alta que Colombia entraba a una nueva etapa de apertura económica. Y no somos quienes para criticarlo o aplaudirlo (bueno, sí lo somos, pero no es el tema hoy). La cuestión es que, con la entrada de todo tipo de productos alimenticios la globalización se instaló cómodamente en la minuta alimenticia de los connacionales y desplazó productos tradicionales por otros venidos en Tetrapack y promocionados en cadenas nacionales como “un éxito en Europa”.

De ahí que proyectos como el financiado por el ministerio de Ciencia, Tecnología e Innovación a la Universidad de San Buenaventura – Armenia, se agradezcan. Porque a través de recuperar un acervo cultural que nunca debimos olvidar se terminarán salvando de la extinción cultivos propios de nuestra idiosincrasia, a su vez que se aporta a una soberanía alimentaria para las poblaciones más vulnerables. Bajo el nombre ‘Cultivos comunitarios de plantas alimenticias nativas no convencionales (PANNC) para la construcción de paces y el fortalecimiento de las economías populares y domésticas en zonas rurales del Quindío’, la institución de educación superior se trajo uno de los tres apoyos proferidos por la cartera nacional en todo el país, junto con la Universidad de la Costa y la de Los Andes, de un universo de 93 propuestas postuladas.

-Es el resultado de haber aplicado el año pasado a la convocatoria 956 de Minciencias, en la línea de ‘Ecosistemas de Ciencia y Paz para la Transformación Territorial’, que invitaba a hacer alianzas estratégicas en algunas regiones en concreto, para gestionar proyectos. Lo que hicimos fue una apuesta por articular un centro de ciencia como el Jardín Botánico del Quindío, una empresa (Agrocolombia), una organización de base comunitaria (la Federación Comunal del Quindío), siendo la universidad la ejecutora de la iniciativa, que se trabajará en los municipios reconocidos como Zonas más Afectadas por el Conflicto Armado – Zomac (Génova, Pijao y Salento).

Así me lo explica el coordinador de Investigaciones de la San Buenaventura, Carlos Alberto Castaño Aguirre. Un nombre que se ha vuelto recurrente en el mundo de la investigación académica, y que ha logrado encadenar algunos de sus proyectos como la base para futuros procesos. Como en este caso.

-Tuvimos tres líneas importantes, la primera, el trabajo previo de la San Buenaventura desde 2019 sobre los saberes tradicionales de las mujeres rurales en el departamento, en el que se venía trabajando en Pijao y Génova y se han hecho algunos adelantos con Buenavista, Córdoba, y Barcelona- responde -Por otro lado, el Jardín Botánico en 2024 adelantó un proceso de identificación de Plantas Alimenticias Nativas no Convencionales – PANCs. Entonces pudimos hacer ese engranaje; ellos tenían un conocimiento muy interesante frente a las plantas nativas y la universidad con esta experiencia de trabajo con las comunidades con el trabajo de saberes tradicionales.

Y como esta investigación requiere de la participación activa de las comunidades, añade, se aprovecharon los acercamientos logrados con Asocomunales de Pijao y Génova, así como con la Federación Comunal del Quindío, con quienes se identificaron las líneas en las que se debía trabajar, y que en el léxico de un investigador se conoce como los ejes problemáticos.

¿Ejes como cuáles? Como el tema de la soberanía alimentaria, vista como la capacidad de las comunidades y los pueblos a definir sus propias políticas agrícolas y alimentarias sin interferencia externa. Como la homogeinización de la alimentación de la que hablamos al principio de este artículo. Como la pérdida de los conocimientos ancestrales en una brecha generacional que no recibió esta herencia cultural. Y como la disminución, pequeña pero amenazante de la población rural en estos municipios y que se calcula entre un 1% y un 2% en estos municipios. “Queremos generar procesos que promuevan un futuro en estos territorios”, subraya Castaño.

Varios productos, un solo propósito

A lo largo del proyecto, se buscará identificar, caracterizar y fortalecer los cultivos comunitarios de plantas nativas que además tengan una función alimenticia y que cumplan con el perfil de ser no convencionales. Estamos claros con esto: son las especies fuera del mainstream del plátano, la papa, la yuca, el maíz, el fríjol… En una segunda instancia, se pretende diversificar la producción agrícola que se da en los territorios, a su vez, se apuesta por la soberanía alimentaria y por el fortalecimiento de las tradiciones de la región. Para esto se plantea la construcción y puesta en marcha de huertas demostrativas.  

-Está proyectado a un año, lo que nos representa un reto importante, porque varias de nuestras plantas no van a tener producción durante la vigencia de la investigación, debido a su ciclo natural. Por eso estamos analizando cómo garantizar la supervivencia de estos cultivos una vez culmine el periodo a través de la suma de capacidades que estamos armando… el éxito depende de la articulación del mayor número de organizaciones y personas, y hemos logrado vincular recientemente al Sena, que a través de procesos de formación en sus laboratorios podría respaldar el proceso- reitera.

Eso desde el punto de vista meramente productivo. Pero para que estas plantas tradicionales conecten de nuevo con el gusto y los patrones de consumo de la gente, existe un tercer producto consignado en un recetario o posibles contactos con canales de comercialización (como los mercados campesinos). Y reconociendo las posibilidades de cohesión social inherentes a estas apuestas comunitarias para promover dinámicas de convivencia y construcción colectiva, se espera que el trabajo sirva como un laboratorio para procesos de reconciliación y paz.

Todo hermoso y prometedor, le reconozco. Pero no puedo dejar de preguntarle sobre la compleja relación entre la reglamentación fitosanitaria exigida y el carácter casi subversivo que adquirió el cultivar especies no reconocidas por haber perdido el atractivo comercial.

-Muchas de estas plantas están en riesgo y tienen poblaciones muy diezmadas ¿Se ha pensado en trabajar con custodios de semillas?

-En el mapa de actores se ha definido esa posibilidad, porque son ellos quienes, en sus procesos, han creado huertas de plantas alternativas. Estamos generando esa articulación, porque habrá plantas que se trabajen a partir de semillas y otras con las que sea mejor cultivar desde su etapa de plántulas. Muchas de estas especies ya no hacen parte de la cotidianidad, entonces es importante poder acudir a estas personas que han conservado esta tradición y nos podrían facilitar el camino para retomar estos procesos.

-¿Y con entidades como el ICA, la autoridad en sanidad que regula, por ejemplo, el uso de paquetes tecnológicos para los cultivos comerciales?

-No lo hemos hecho pero nos parece clave avanzar en esto durante este primer semestre: generar esas conversaciones, por ejemplo con las dependencias que trabajan la agricultura en cada municipio (las Umatas o las secretarías de Agricultura). Pero además hay que tener en cuenta que es un proyecto financiado por Minciencias, por lo que creemos que el conocimiento y los productos académicos tienen que ser muy abiertos al involucrar recursos públicos. Queremos que esto desencadene nuevas investigaciones, descubrimientos en el uso de las Plantas Alimenticias no Convencionales, o el uso del espacio de la huerta como espacio pedagógico y de construcción de Paces (el plural de paz).

Quien quita. De repente volvemos a probar el dulce de cidra o la torta de bore y rescatamos del baúl de la abuela en el que convertimos nuestra gastronomía ancestral en una nueva, diferente y excitante manera de reconocernos desde la tradición. Sería una llamada a nuestros propios archivos akashicos porque, no nos neguemos, nada como el aroma o el sabor para llevarnos a la más olvidada infancia.

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