Hacerle seguimiento a la realidad nacional es un reto interesante para un periodista. En Colombia los temas se superponen a una velocidad tan estrepitosa que lo que genera debate hoy, en 3 días puede haber pasado al olvido con la llegada de un nuevo escándalo, un nuevo desastre, un nuevo rifirrafe (palabra fea y manoseada en los medios). Y sin embargo hay eventos que, por su particular afectación, se quedan en el aire, convirtiéndose en pan rallado para las palomas de la opinión que frecuentan la plaza antes llamada Twitter y algunos mal llamados informativos radiales matutinos.
Algo así pasó con el agarrón migratorio y arancelario entre Gustavo Petro y Donald Trump. Contexto rápido para quienes han vivido las últimas semanas debajo de una piedra: El mandatario estadounidense empezó a aplicar con severidad su política de expulsión de indocumentados, y en este ejercicio envió como si fuera un cargamento, un avión militar lleno de colombianos esposados y en condiciones indignas. Petro se negó a recibirlo hasta que no se tratara a los connacionales con más altura. Trump actuó como el bully global que pretende ser y amenazó con un aumento a los aranceles. El colombiano respondió con una medida similar. En últimas, Petro logró que se cambiaran las condiciones de viaje de sus migrantes y quedó en recibirlos, evitando que se aumentara el gravamen sugerido por Estados Unidos.

Esto desencadenó que de lado y lado del espectro político actual se aplaudiera a uno y se denigrara del otro. Los opositores dicen que Petro reculó. Los simpatizantes, que Trump reculó. Si me preguntan, podría subrayar que Colombia no puede evitar que el vecino del norte le devuelva a los ciudadanos que ingresaron de manera irregular y que los aranceles de los que nos salvamos sí se los aplicaron a México y Canadá (los principales socios de USA). Para mí, la victoria fue de Petro, aunque teñida de un leve sinsabor por los 4 años con los que nos vamos a encarar con alguien que quiere quedarse con el canal de Panamá y Groenlandia, meterse en la política de Suráfrica y la franja de Gaza, y del que no me sorprendería que nos quiera cobrar un arriendo por la luz del sol que recibimos.
Pero, más allá del chisme político, creo ver una movida hacia la dignidad en el sur global. Por lo menos en América (el continente, señor Trump, aunque no nos guste la idea de tener que compartir oxígeno con gente como usted). Y es que la manera de encarar una provocación como la de nuestro anaranjado amigo sí la aplaudimos desde un primer momento, así como la de las mandatarias de Honduras y México: una postura sin miedo y con la frente en alto. Y es que la tendencia trasciende incluso el campo de la geopolítica, porque en este sinuoso ámbito denominado guerra cultural, Latinoamérica también está dando cátedra, sea por ‘Johanne Sacrebleu’, la parodia/respuesta a la visión desastrosa y ridícula que la francesa Emilia Pérez da de México, o por ‘Debí tirar más fotos’, de Bad Bunny, que se sale de los cánones del reguetón y el urbano para denunciar de frente la gentrificación que se riega por el vecindario de la mano de nómadas digitales que llegan a arruinar una cultura y un estilo de vida en países más pobres.
Me decía un periodista amigo, recién estallada la crisis de los aranceles, que independiente de quienes fueran los pugilistas, a él lo que le preocupaba era el futuro de sus amigos empresarios. Pues lo que a mí me preocupa realmente es ese pensamiento de colonia, recuerdo que le contesté. Y aunque cualquier castigo económico impuesto por nuestro mayor socio comercial sería absolutamente desastroso para nuestra Nación, me alegra sinceramente que la respuesta no haya sido tirarnos de nuevo sobre nuestras rodillas para suplicar compasión. Y que la grandeza de los pueblos es acomodarse a las circunstancias y simplemente, hacer lo que haya que hacer. Por lo menos ya se abrieron opciones con China, a ver si diversificamos canasta exportadora y dejamos de deberle plegarias a un país históricamente imperialista, pero que en manos del abusador que actualmente se sienta en el salón Oval, se está convirtiendo en algo inviable.

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