Del Niágara en bicicleta a otros deportes extremos

Del Niágara en bicicleta a otros deportes extremos

Corría el año de 1998 cuando salió a la luz pública un sonoro, rítmico y bastante guapachoso temazo de merengue cantado por Juan Luis Guerra titulado “El Niágara en bicicleta”, ¡canción tan buena! ¿Cuántos no hemos bailado fervientemente este ritmo, pechito con pechito, cachete con cachete y juntando esto con eso? Además de que ese ritmo acelerado se presta perfectamente para uno demostrar todos esos pasos prohibidos, como por ejemplo el paso lateral, el vaivén, el giro básico, el famoso ocho, la media vuelta, el andeneado, y muchos otros que ustedes ya sabrán mejor que yo. Pero entre tanto despliegue de talento, descarga de energía y adrenalina muchas veces pasamos por alto algunas frases bastante profundas que se plantea en este clásico del merengue, como por ejemplo: “Me llevaron a un hospital de gente, supuestamente”; o “No me digan que los médicos se fueron”; o mi favorita No me digan que el alcohol se lo bebieron”; todo esto para resaltar un modismo muy común en República Dominicana y título de la canción: “Porque es muy duro pasar el Niágara en bicicleta” para terminar preguntándose el pobre de don Luis con angustiosa certeza, ¿Qué va a ser de mí?.

Y ahora la pregunta será: ¿Qué va a ser de todos nosotros? Cuando esta canción salió en República Dominicana era una crítica al sistema de salud de ese país, y a modo de sarcasmo Juan Luis Guerra la inmortaliza en una expresión dominicana muy común, que hace referencia a estar sufriendo de miseria económica: en otras palabras, si esa canción se hiciera en Colombia el título podría ser: “Tiene más plata una olla de barro” o una de mis preferidas en época de vacas flacas: “Papi, es que no conoce un muerto en la mirada”. Quizás colombianizar ese título no parezca buena idea, pero sin lugar a dudas lo que sí logramos apropiar es el sentimiento de desolación que nos deja nuestro sistema de salud.

Más de veinte años llevo escuchando esa canción, aunque solo hace una década soy consciente de lo que significa, y siempre que la escucho siento una profunda tristeza sobre nuestra delicada actualidad. Golpe de realidad que se hizo más presente que nunca hace un año, después de una serie de desafortunados eventos, donde terminé con dos fracturas en el tobillo y me vi en la penosa obligación de enfrentarme a esa canción sufriendo de dolor; debo confesar que no me gustan los hospitales, siempre he pensado que ya uno sufre demasiado estando enfermo, como para sufrirlo dos veces en una clínica; sin embargo, en algunos casos es inevitable como hace un año me ocurrió.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Después de varias horas de dolor, a eso de la una de la madrugada, al ver como el hielo aplicado, la venda colocada y las pastillas de diclofenaco que me había tomado no servían como tratamiento para mi tobillo, me vestí como pude y literalmente me dirigí hasta la portería saltando en un solo pie, donde me esperaba un taxi que me llevaría a urgencias del hospital departamental: “a un hospital de gente, supuestamente” como diría el señor Guerra. Para hacer corta la historia, mi primera radiografía fue a las 3:00 de la mañana; ante la sospecha de fractura fue necesaria una tomografía, que no se realizaría hasta las 10:00 porque el equipo estaba dañado y a algunas enfermeras se les olvido que yo estaba esperando ese tratamiento, como quizás olvidaron al resto de pacientes que compartían conmigo el frío suelo del pasillo; los más enfermos o mayores contaban con el lujo de una silla Rimax y uno que otro afortunado usufructuaba una camilla. Lo triste es que no escuché a nadie decir nunca: “tranquilo Bobby, tranquilo”.

Después de la tomografía de mi tobillo, la sospecha de fractura aumentó, pero existía la duda de necesitar cirugía o solamente inmovilización, tratamiento que debía determinar el ortopedista; lamentablemente ante la cantidad de pacientes, y un solo especialista, ese diagnóstico se demoró más de diez horas y se hizo por teléfono. Al final salí de la misma forma que entré, solo que sin dolor (por el tramadol que me aplicaron), sin fractura, inmovilizado y saltando en un pie, porque no vendían muletas cerca y en Rappi estaban muy caras.

Al día siguiente me encontraba comprando una férula que me recomendó un ortopedista amigo en Medellín y pagando nuevos exámenes y especialistas privados, para descubrir que sí estaba fracturado y que necesitaba mucho más tratamiento que el brindado el día anterior. Hoy, un año después (totalmente recuperado) sigo esperando las citas para exámenes y sesiones de fisioterapia que la EPS autorizó después de mucho tiempo de insistentes llamadas y filas interminables.

Imagen de Gerd Altmann en Pixabay

Con la fe intacta, pensando que mi caso era atípico y que esa mala experiencia de urgencias era algo inédito en nuestro departamento, empecé a acompañar a mi “Mamita” (porque no le gusta para nada que le digan abuela) a un tratamiento de un cuadro médico que estaba presentando, pero resulta que nuevamente empezó a sonar en mi cabeza a ritmo de merengue:

“No me digan que los médicos se fueron (oh-oh-oh)
No me digan que no tienen anestesia (oh-oh-oh)
No me digan que el alcohol se lo bebieron (oh-oh-oh)”

Fueron días perdidos haciendo fila, realizando llamadas interminables para autorizar citas, pagando lo que podía de manera particular para ganar tiempo, y finalmente, después de muchos meses, logré que se le realizaran todos los exámenes que ella necesitaba, pero esos resultados debían ser revisados por un especialista, que en el mes de octubre del año pasado autorizaron y que a la fecha de hoy no son una realidad porque en el Quindío la EPS no tiene convenio y en Pereira no tienen agenda, dejando como única opción, y si se tiene la posibilidad, hacerlo de manera privada en otro lugar del país.

Quizás la mala suerte es cuestión familiar y eso de la atención medica casi como un deporte extremo era algo que solo nosotros padecíamos, por eso empecé a prestar más atención a los detalles de mis conocidos frente al sistema de salud, descubriendo que este infortunio es compartido con más gente de la que pensaba, empeorando la situación cuando el tema es de salud mental. Con todas estas historias es inevitable sentir preocupación y desconsuelo cada vez que paso por una IPS o una EPS y las veo atiborradas de gente, incluso esperando afuera, sentada en el andén sin importar las condiciones del clima, y seguramente mucha esperando desde antes que saliera el sol.

Y volviendo a las preguntas originales ¿Qué va a ser de todos nosotros? ¿Por qué es tan difícil pasar el Niágara en Bicicleta? ¿Qué le pasa a nuestro sistema de salud?, la verdad no tengo la menor idea de cómo resolverlo, mucho menos voy aburrir a todo el mundo ofreciendo datos o citando autores de renombre para sustentar lo que hasta ahora es mi percepción de la realidad actual. Pero desde esa subjetividad sí puedo plantear algunos postulados que quizás algo tengan que ver con todo lo que estamos viviendo: entre esos cabe destacar que según yo, quieren volver un buen negocio algo que es un derecho, por lo tanto las IPS, EPS, gerentes y profesionales de la salud, deben buscar la eficiencia del sistema y no la rentabilidad; otro punto que se debe priorizar es dejar los datos y las cifras, y  humanizar el servicio; no como eslogan o parte del marketing político, sino hacerlo de verdad para pensar que cada paciente es una persona que siente, y por lo general cuando acuden a los servicios de salud, lo que están sintiendo es mucho dolor.

Siguiendo esa lógica de sensibilidad, se debe respetar a los profesionales de la salud: ¿cómo esperar un buen servicio, si ponemos mucho trabajo y pocos insumos a los que nos atienden? En algunas instituciones del departamento, año tras año les pagan menos, sumado a esto, que muchas veces se demoran en pagarle a personas que ganan el mínimo, como lo son la mayoría de auxiliares, recepcionistas y camilleros que nos reciben en los centros de salud, y hasta hacen labores para las cuales no están contratados; además, muy seguramente, pasan las mismas dolencias físicas que los pacientes, y que al igual que a todos nosotros, les toca esperar meses por citas que no llegan.

Sin embargo, aún guardo la esperanza de que, ante lo evidente, las personas que deben y pueden tomar decisiones prioricen la inversión en lo fundamental. Dejemos de pensar solo en andenes, carreteras y edificios, entendiendo que el desarrollo de una región también está ligado a la salud, la sostenibilidad, los ecosistemas, espacio público, entre otras cosas que quizás no son tan tangibles como el concreto, pero que pueden marcar la diferencia en una buena calidad de vida y el bienestar de todos, sin depender exclusivamente de la divina providencia.


– Las opiniones acá expresadas son de responsabilidad del autor y no tienen que representar exactamente la postura del medio de comunicación.

– Las imágenes fueron tomadas de Pixabay.

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