De unos años para acá, el parque de Laureles, en Armenia, vio crecer el flujo de personas que lo visitan. Las familias con sus niños y los propietarios de perros crearon en este punto una comunidad. Una de las más frecuentes es Daniela Torres, la monita del pastor belga, la mamá de Sabú. Hace cerca de año y medio, Daniela lo adoptó, luego de estudiar con detenimiento lo que le exigía el convertirse en la dueña de un perro de esta raza activa, inquieta y juguetona. Sabiendo que esto era lo que buscaba y aferrándose a su mascota y su cuidado, Daniela le entregó una parte enorme de sus días.
“Mi vida básicamente gira en torno a él, en mi día a día tengo sus horarios establecidos de paseo y de entrenamiento: en la mañana desde las 6:30 am hasta las 8:00 am, volvemos a salir tipo 10:00 o 10:30 am, y otra vez de 1:00 a 2:00 pm una vuelta bastante larga. Por la noche por ahí a las 6:00 p.m. me lo llevo a jugar, a caminar, me lo traigo para el parque, visita los amigos (tiene muchísimos que lo visitan), jugamos en la cancha. Trato de no dejarlo quieto porque sé que tiene muchísima energía y hay que canalizarla”, confiesa.
En esta rutina, el parque de Laureles era infaltable. “Tenía una visión un poco errada, de que Sabú tenía que estar socializando todo el tiempo. Y aunque los parques para perros son chéveres para llevarlos un ratico, no es del todo bueno que estén sueltos sin supervisión, cosa que con 20 o 30 perros más es muy difícil”.
Daniela y Sabú lo aprendieron a las malas. Junto con las mascotas y las familias, existe otro tipo de público, al que le gusta hacerse la fiesta allí. Para quienes no son de Armenia, Laureles se convirtió en una especie de Parkway bogotano: el lugar para vestir las mejores pintas, encontrarse con amigos, embriagarse, drogarse… El encuentro de ambos mundos casi le cuesta la vida al joven pastor belga.
El día que el tusi llegó
Hace unos meses, a eso del mediodía, Daniela y Sabú recorrían el parque. El perro se dedicó a explorar. De pronto, su comportamiento cambió. “Él nunca ha sido reactivo con la gente, ni grosero con perros más pequeños que él. Ese día, sin embargo, en un momento se enloqueció: empezó a tirarle a las personas y nadie lo podía coger; cruzaba las calles desorientado –y exponiéndose a que lo atropellaran-; lo llamaba y me ignoraba –algo que nunca había pasado-; incluso se enfureció con una bolsa que pasó impulsada por el viento”.
Como pudo, tomó control sobre él y lo llevó a su apartamento, cerca al lugar. Sabú se metió debajo de la cama asustado y no salió en toda la tarde. El mismo patrón errático presentó cuando, por la noche, trataron de volver a la calle. Eso hizo que Daniela lo llevara adonde un veterinario de confianza, en donde le hicieron pruebas de laboratorio. En sus resultados aparecerían trazas de componentes de lo que en Colombia se conoce como tusi: ese polvo rosado diseñado para ser inhalado y que tanto furor tiene en parte de la población joven. “Nuestra hipótesis es que encontró parte de esta sustancia regada en el suelo, inhaló parte de ella al olfatearla y luego con la lengua, ingirió lo que le quedó pegado en la nariz”, expresa la propietaria.
Los arduos días de recuperación
Lo primero por lo que tuvo que pasar Sabú fue por un lavado intestinal, al que le siguieron hemorragias por boca y nariz. Su orina y sus heces salían manchadas también de sangre. Luego de 2 días hospitalizado, Daniela lo llevó de nuevo a casa para evitar que se estresara más, pero durante 20 días no durmió, no comió, temblaba. Ambos perdieron peso, en medio de la crisis sicótica del paciente y la preocupación de su propietaria. Durante ese tiempo recibió lavados constantes y una serie de medicamentos que terminaron inflamando las huellas de sus patas hasta hacerlas sangrar. Sufrió de fiebres súbitas y daño de estómago sin que hubiera ingerido nada inusual.
“Todo me costó casi 8 millones de pesos. Me tocó hacer una rifa que logre vender incluso a personas que no conocía gracias a que el caso se volvió tan conocido”. Y es que todo hubiera quedado como una mala anécdota para ella y sus cercanos, si una amiga suya no hubiera publicado en redes un comentario de molestia sobre lo que venía pasando en Laureles. “A ella le ha tocado quitarle bolsitas de tusi a su perrita Ravioli, que también se ha intoxicado con marihuana allá. Esa publicación llegó tan alto que todos los días recibía mensajes al Instagram de Sabú (@sabu_belgamalinois). Mensajes de muchas personas contándome que a sus perros les habían pasado cosas parecidas en el mismo sitio, que por eso no volvieron, incluso de un muchacho que, consumiendo tusi en su casa, dejó caer un gramo, su perrita lo consumió y ese mismo día murió”.
Pero ¿cuál es el efecto del tusi en los animales? En una búsqueda por Google, no encontramos mucha bibliografía, pero en un reporte hecho por Échele Cabeza, se enumeran como efectos adversos o no deseados dolor de cabeza, náuseas, disminución de la coordinación motriz, sangrado nasal y estados de ansiedad o pánico (https://www.echelecabeza.com/tusi-tusibi/). ¿Sabú se malviajó? Es muy probable; con una sustancia producida sin estándares de calidad y de manera artesanal, es difícil lograr unos porcentajes mínimos que la hagan segura y controlable, y más si se tiene en cuenta que sus ingredientes incluyen dos estimulantes (la cafeína y el MDMA), un anestésico para animales de granja (ketamina), y en ocasiones otros componentes riesgosos como heroína, metadona o rivotril. Hoy en día Sabú está bien.
Cuenta Daniela que la experiencia le dio un carácter más sosegado, es más tranquilo que antes; el chiste se cuenta solo: después de estar en las drogas se volvió cristiano. Ni él ni su dueña volvieron a arrimar a Laureles. Ella accedió a dar esta entrevista, primero para alertar a amantes de los animales del riesgo inminente que existe en el parque. Pero incluso, extendiendo la alerta, para alertar a los padres de familia que llevan a sus niños. “Soy docente de preescolar, y sé que al llevar a los hijos a un parque es imposible decirles “no haga”, “no se tire en el piso”, “no juegue”, “no se vaya por allá”. Me parece que Laureles y todos los parques deberían tener más control sobre las actividades que se realizan allí por parte de la entidad que sea responsable”, comenta.