¿La vida cambia luego de un premio Simón Bolívar? Para muchos esta sería la oportunidad de buscar fama, gloria, más dinero. Para Feroz el haber sido reconocido como el autor de la mejor caricatura del año pasado lo llevó a otro destino, uno en el que la cercanía y el diálogo con personas privadas de la libertad le brinca. Paradójicamente, la libertad de moverse en otros géneros periodísticos más cercanos a lo testimonial que a la opinión que hace diariamente en sus caricaturas de La Nueva Crónica.
Hace un par de meses, luego de haberse alzado con el premio de periodismo más importante del país, recibió una llamada de la oficina de la Gestora Social del departamento para invitarlo a hacer parte de la publicación de un libro. Su rol en el proyecto estaba claro: era la ilustración. Pero no sabía con qué material iba a trabajar. “Me dijeron que era para trabajar con las reclusas del centro penitenciario Villa Cristina. En un inicio, pensé que era hacer unas ilustraciones relativas a este asunto, pero era más profundo porque buscaba mostrar los sueños de esas internas a través de unos textos y una ilustración que mostrara su alma”.
La experiencia le exigió acercarse a ellas y dialogar. “¿Le echaron los perros?”, le pregunto. Contesta que no, riéndose. “Es muy diferente sacar un retrato sin haber visto sus movimientos, sin una impresión que esa persona genera en uno, porque uno dibuja es esa impresión, porque la idea es dibujar algo vivo y tratar de capturar su alma. En ese primer encuentro hice muchos bocetos muy rápido, me quedó doliendo la mano porque dibujé a la lata, y en los sucesivos perfeccione la línea”.
De los encuentros surgieron retratos que plasman un mundo interior rico, mucho más amplio que el perímetro de sus celdas. “A una de ellas, de las más extrovertidas, le pregunté qué quería hacer cuando saliera, si montar un negocio, irse a pasear o abrazar a sus hijos. Me dijo que quería sentir el pasto en los pies… salir a caminar descalza, porque adentro no tienen espacios así. A otra interna, particularmente, le dicen el mono y está muy orgullosa de su boso. Pidió expresamente que se lo dejara porque le gusta su apariencia muy masculina. Les gusta verse con el cabello suelto porque mantienen con el pelo recogido”, narra.
Y aunque reconoce que el tiempo para interactuar con sus personajes fue muy corto, Feroz alcanza a reconocer patrones. “Uno ve mucho engaño. Personas que confiaron en alguien y que las terminó metiendo en un escenario con estupefacientes o con cuestiones de trata de personas. Hay muchas cuestiones de confianza y de estar en el lugar equivocado. Y aunque hay historias complejas, ocultas, en general uno no percibe maldad. Ellas están arrepentidas de haber confiado en quien no debían”.
El cambio de rango (desde algo más humorístico a piezas más introspectivas) sigue siendo tímido. La línea tradicional del caricaturista todavía se siente. Pero representa una ampliación de su registro, un punto de escape, una perspectiva que lo podría llevar a incursionar con su firma en el mercado de la ilustración. Que aunque siempre lo ha sido, es una faceta más desconocida por ser trabajos comerciales.
“Los proyectos personales están en mente desde hace mucho tiempo, pero no he sido muy juicioso. Siempre está el trabajo y uno no administra bien el tiempo para esos trabajos personales, pero siempre están en mente. Son cositas de las que uno se inculpa de no haber empezado. Hay historias, animación, cómic, recopilaciones, creación de personajes… mientras uno se va volviendo más viejo piensa que debe trabajar menos para dedicarle más a lo que realmente le gusta. En este momento la cuestión del contenido digital y los videojuegos, es una carrera muy viva, en la que podría estar más presente. Cuando uno está pequeño le dicen que hace mamarrachos, entonces uno lo toma como un hobby y no un ejercicio profesional. Ahora uno se da cuenta de que hay futuro”.