Movidos por la barbarie cometida por el estado de Israel en contra de la población civil residente (o presa) en la franja de Gaza, veo las redes sociales repletas de expresiones de rechazo al gobierno bajo el mando de Benjamin Netanyahu. Las fotografías y videos registrados en la zona muestran un verdadero apocalipsis en la Tierra: la demostración de que, de nada sirve haber sido víctimas de un genocidio a mediados del siglo XX, si no se aprendió la lección y se emprende en contra de una etnia diferente los mismos mecanismos de tortura y muerte.

En esto ha parado la ofensiva publicitaria adelantada por Israel, que calculando mal el efecto que tendría la propaganda lanzada en medios de comunicación cercanos, erró el blanco: en lugar de ganar el apoyo popular internacional a su cruzada por terminar de apropiarse de Palestina, avivó la llama de protestas por la masacre de la que es responsable en frente de todo el mundo y sin que organismos tan inútiles como la ONU muevan un solo dedo para detener.

Nada nuevo hasta acá. Ya había pasado con Rusia y Ucrania, que luego de cerca de dos años, perdió protagonismo y pasó de moda en las redes sociales. Así como suena. Incluso la guerra es de tendencias en estos escenarios digitales, y si decae el interés, simplemente desaparece el conflicto en la agenda de información que se mueve entre historias y reels. Un escenario que, por ejemplo, no ha puesto la debida atención a la guerra entre Armenia (la asiática) y Azerbaiyán por el control territorial de la región de Nagorno-Karabaj.

Algo que me parece inconcebible, porque los armenios (los de acá, los cuyabros) no tienen idea alguna de lo que sucede en la nación de donde proviene su nombre, y que ha vivido en un polvorín desde siglos atrás, cuando, a punto de derrumbarse el imperio Otomano, fueron diezmados por un gobierno turco responsable del segundo genocidio más estudiado del siglo XX después del perpetrado por los nazis.

Hoy enfrentan otro conflicto por este territorio, dentro de las fronteras de su vecino Azerbaiyán; un territorio poblado por una comunidad de raíces armenias que quiere ser anexada a su patria madre, y que sabe que no pertenecería al gobierno que la cobija si durante años no hubieran sido absorbidas por la Unión Soviética. En esta guerra, la segunda entre ambos estados desde que cayó la Cortina de Humo, militantes azerbaiyanos bloquearon con el apoyo de Turquía, el único paso que le da acceso a la población en diciembre de 2022, restringiendo el acceso de medicamentos y alimento.

La respuesta ha dado lugar a enfrentamientos, en un rincón de Asia media del que nadie habla, aunque también cobra muertes de inocentes; que tiene el mismo carácter de campo de concentración que rige en la franja de Gaza por parte de Israel; que también nos debería importar, independientemente de tener un nexo casual por el nombre de ambas regiones, solo por el hecho de ser otro atentado a la vida y la integridad. Así Tik Tok e Instagram no lo sepan o no estén interesados.

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