La búsqueda de los desaparecidos tiene cara de mujer

La búsqueda de los desaparecidos tiene cara de mujer

Una mujer está sentada en la sala de su casa y mira hacia la nada. En sus ojos se refleja la ausencia, un futuro que nunca fue, el de su hermano Diego Fernando, desaparecido hace 22 años, cuando con unos amigos viajó al norte del país para vender sombreros en unas fiestas de pueblo. Nunca volvió. Sus restos fueron entregados a su familia apenas en 2023. Y aunque el hecho de poderle dar sepultura cierra un ciclo de incertidumbre, para doña Libia Ospina Criollo, la protagonista de la foto, “el dolor sigue vivo porque uno siempre guarda la esperanza de encontrarlos vivos. Siempre queda la pregunta de por qué lo hicieron, de cómo, de quién”, me cuenta.

El retrato hace parte de una serie llamada ‘Permanencias superviviendo el Olvido’, la cual a su vez hace parte de un proyecto ganador en la convocatoria nacional de Concertación del ministerio de las Artes, las Culturas y los Saberes. La colección constituye el material de una exposición itinerante que ya ha visitado 4 municipios del Quindío y que este 5 de septiembre llega a Armenia, puntualmente a la sede del Colombo Americano.

¿Y de qué se trata la exposición? De mostrar que, aunque las versiones oficiales sigan esforzándose en mostrar que este es un territorio bendecido en el que nada pasa, en el Quindío las desapariciones forzadas sí existen. Justo el pasado 30 de agosto se conmemoró el día internacional de las Víctimas de la Desaparición Forzada. La ocasión sirvió, además, para reiterar que las familias que padecen de este flagelo no creen en la institucionalidad; prefirieron hacer un evento en la Universidad del Quindío, antes que aceptar la invitación de los entes territoriales para participar de los eventos protocolarios que habían preparado.

Libia mira hacia la puerta de su hogar, como si, a pesar de haber recuperado los restos de su hermano hace un poco más de un año, aún continuará esperando su llegada a casa. Fotografía por Deivy Zuluaga.

Unidas ante el desconocimiento estatal

Mariana Alipio Valencia conoció a Fundamaná hace cerca de año y medio cuando se acercó como voluntaria a la organización que esta última lidera como representante legal: la fundación Supervivientes Maná, conocida como Fundamaná. Para la fotógrafa y comunicadora, el contacto le abrió los ojos a una realidad que es conscientemente ignorada por las autoridades.

“A nosotros en el Quindío no nos hablan de que hay víctimas de este fenómeno, pero tenemos, por ejemplo, varios pueblos cordilleranos golpeados por el conflicto armado. En este proceso empecé a hacerles acompañamiento en temas de comunicación en algunos eventos, y empecé a ver la necesidad de mostrar lo que ellas viven”, me cuenta. Y es que la respuesta de Fundamaná a la falta de visibilización por parte del Estado ha sido precisamente, hacerse ver.

“Éramos varias mujeres que buscábamos a nuestros desaparecidos, cada una por su lado, en 2019 una de ellas, Luz Elena Ocampo, decidió llamarnos a hablar sobre cómo unirnos y hacer un colectivo, luego de haber participado en la Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos – Asfaddes. Ahí surgió la fundación, de la mano con la Defensoría del Pueblo en el tema de la conformación jurídica y legal, que se logró hace 4 años, justo el 27 de septiembre. Empezamos a sacar las fotos de nuestros desaparecidos al parque Sucre, a tocar puertas de instituciones que nos aportaron, como la universidad von Humboldt que fue de las que más nos apoyó en un inicio”, indica doña Libia.

-¿Se hace mayor presión como colectivo?

-Sí claro, a los colectivos les prestan más atención. Hemos tenido poca respuesta de las entidades gubernamentales; recuerdo que tuve una experiencia muy desagradable al consultar sobre el caso de mi hermano en la Fiscalía, cuando el funcionario me dijo “esos muchachos como se meten en deudas y para no pagarlas se vuelan”. Los desaparecidos no se juzgan; se buscan. Es un humano que lo desaparecieron, nadie tiene la autoridad de juzgarlos. Eso lo revictimiza a uno muchísimo, y el llegar a conformarnos como organización era la idea más factible.

Adela observa las fotos de su sobrino, Diego armando, quien fue desaparecido en el Guaviare en el 2002, cuando tenía 14 años. Fotografía por Mariana Alipio Valencia.

Y es que la opinión de las mujeres unidas en Fundamaná es contundente: a las autoridades no les interesa buscar a los desaparecidos y solo las buscan para tomarse la foto. “Para estas entidades los desaparecidos simplemente desaparecieron y ya. Están las instituciones, tienen los especialistas, pero el personal contratado es poco para tantas tareas. Mi hermano desapareció en 2004 y en el 2008 su cuerpo fue exhumado, estuvo guardado hasta 2021, cuando como fundación pedimos la prueba ADN a Medicina Legal. Se encontró que los resultados nuestros coincidían con un cuerpo hallado en Ciénaga, Magdalena, y nos hicieron entrega el 30 de junio de 2023”, añade.

Dos décadas para el esclarecimiento de una identidad. En Fundamaná hay casos que ya alcanzan los 25 años. Pero la excesiva demora no es solo en términos de la identificación, sino también de la reparación. Diego Fernando, el hermano de doña Libia es el, hasta ahora, único caso resuelto para Fundamaná. Y sin embargo el padre del desaparecido (hoy con 93 años) acaba de recibir una indemnización que alcanza, calculamos en medio de la entrevista, para hacer un arreglito en la casa.

“Ninguna persona tiene costo”, me dice. Pero es que ni viéndolo como lucro cesante (algo así como la ganancia dejada de obtener por una persona y calculada en su expectativa de vida y de edad productiva): la cifra que me dice recibió toda la familia, compuesta por 7 personas, es fácilmente lo que Diego Fernando se ganaría en un año. “La Ley determina que tienen un plazo de 100 años para entregar la indemnización. Lo más seguro es que haya gente que nunca la reciba”.

“El dolor se transforma en arte” dice Lucena mientras sostiene la vieja cámara de su hijo Juan Esteban y su ropa. Tras de ella, un mural realizado por otro de sus hijos, Cristian, quien da simbolismo y fuerza al dolor a través de un mural como reconocimiento para las buscadoras. Fotografía por Jhon Aider Dávila.

De mujeres a mujeres

A esta realidad se asomó Mariana hace año y medio. Y con el ánimo de apoyar su causa, presentó junto con sus compañeras del colectivo Lente Abierto el proyecto que resultó ganador en la convocatoria de Concertación. “Somos mujeres que desde el audiovisual y la pedagogía buscamos generar un impacto en la sociedad. Este es el segundo que desarrollamos; el primero fue un audiovisual con personas víctimas de desplazamiento en el Quindío y el Valle del Cauca… estamos tratando de sanar esta sociedad”, me confiesa con timidez.

-¿Ayudó a que el colectivo fuera femenino para poderse comunicar con Fundamaná? ¿Que de parte y parte todas fueran mujeres?

-Claramente, el diálogo fue más cálido. La búsqueda en Colombia tiene cara de mujer, porque en Colombia, quienes desaparecen son los hombres y quienes buscan son mujeres. Cuando te acercas con esa sensibilidad y empatía, se facilita. Nos dicen angelitos a las voluntarias (no soy la única), no hay nada mejor que verlas felices y te abrazan, cuando te agradecen por ayudarlas a visibilizar su situación, cuando sienten que hay alguien a quien sí les importa. En los lugares donde ha ido la exposición muchas personas con casos similares y que no están en la fundación se dan cuenta que no están solos. Porque por lo general, la víctima de Desaparición Forzada es ignorada y revictimizada por una institucionalidad que no puede ser más deshumanizante con personas desesperadas, rotas y perdidas.

Con esto en mente, Lente Abierto diseñó una estrategia en la que Daniela Suárez desarrolló 4 talleres en colegios de diferentes municipios con jóvenes de 15 y 16 años, “una población a la que no le tocaron las tomas guerrilleras sino el Acuerdo de Paz. Pero en medio de todo esto, la gente tiende a olvidar y es importante que no pase”, revela Mariana. También se realizaron 3 conversatorios en universidades y que contaron con invitados como la fotógrafa y antropóloga María José Rojas, y la artista visual Érika Diettes que presentó un trabajo que adelanta en temas de desaparición forzada y tortura.

Luz Mery sostiene un retrato de su esposo, Wilmer, quien fue desaparecido en Montenegro, Quindío, en el 2010. Fotografía por Anamaría Rozo.

“Tratamos de usar diferentes narrativas para sensibilizar a la gente que participa del proyecto, por ejemplo con la poesía (tenemos una poeta en la fundación cuyo hijo desapareció en Perú), la fotografía, el collage, la escritura creativa, la cianotipia (que es una técnica fotográfica antigua)”. Para lograrlo, al interior del colectivo se repartieron los roles: Daniela Suárez como coordinadora pedagógica, Isabel Ruiz se hizo cargo de las finanzas, Michelle López hizo el registro de las actividades y Mariana pasó a coordinar un equipo de fotógrafos que fueron los responsables de retratar a las buscadoras congregadas en Fundamaná.

-Invitamos a amigos a quienes les conozco su trabajo para tener varias miradas: Deivy Zuluaga, John Aider Dávila y Ana María Rozo, y yo fui la cuarta. Sin embargo, no queríamos una colcha de retazos sino unidad, una línea narrativa, y en esto nos ayudó Jerónimo Rivero, un fotógrafo argentino que ya tiene una experiencia en la creación de fotolibros. Él nos guio para crear un guión narrativo visual, pero cada uno usando su técnica.

Las acciones de visibilización por parte de la fundación Supervivientes Maná incluye la intervención de espacios públicos para apelar a la memoria. Fotografía suministrada por Libia Ospina.

Mirar a los ojos al monstruo

Reiteramos la invitación: este 5 de septiembre a las 6:30 de la tarde se inaugura la exposición en el Colombo Americano de la ciudad de Armenia. Y será la oportunidad para mirar a los ojos a un fenómeno que muchos se esfuerzan en ignorar pero que es una realidad. Una que toca directamente a las mujeres de Fundamaná pero también a más de 480 familias con casos de desaparición forzada, si se tiene en cuenta la cifra registrada por la Unidad de Víctimas con fecha a 2024.

“Queremos que esta sea también la invitación a quien esté atravesando por esta situación y que no sepa cómo son los trámites, para que se acerque a la fundación, porque los podemos apoyar. En Colombia nos acostumbramos a la violencia y normalizamos la guerra incluso en las familias”, me dice doña Libia, que confiesa que en colectivo no solo se ha logrado avanzar en temas jurídicos, sino también en una sanación colectiva. “En un comienzo, cuando nos unimos, no éramos capaces de hablar sin que se nos viniera el llanto. Hoy hemos aprendido a manejar la situación para contarle a las personas nuestra experiencia, incluso a hablar en público. Ha sido unirnos para sanar, aunque no quiere decir que no duela, sino que aprendemos a manejarlo”.

Aparte de la procesión que llevan por dentro pese a que las ves sonriendo, están las presiones cotidianas que deben llevar como cualquiera de nosotros. Doña Libia me cuenta que durante el día ellas adelantan los trámites de Fundamaná y por la noche trabajan para su sostenimiento. “De 22 familias en la fundación, solo una es pensionada y tiene por esto un ingreso fijo; de resto todas tenemos que mirar como solventar la situación”. Mariana lo confirma con la foto con la que abrimos esta nota. Porque en medio de la tranquilidad de doña Libia mirando hacia la puerta, habita la sensación de que espera un regreso que nunca se dará. Y es una herida que todos deberíamos como sociedad, ayudar a sanar. Tal vez el primer paso sea acompañarlas y demostrarles que no están solas.

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