Cuando el talento está en tus narices, pero decides oler otra cosa

Cuando el talento está en tus narices, pero decides oler otra cosa

Dicen que el peor ciego es el que no quiere ver, y el peor terco es el que tiene pruebas de lo contrario y sigue insistiendo en su error. Ahora, imagínate tener a una persona increíblemente talentosa a tu lado: inteligente, hábil, capaz de resolver problemas con la precisión de un reloj suizo… pero tú, con la misma actitud de un crítico de cine frustrado, decides no aceptarlo. ¿Por qué? Porque aceptar su grandeza significaría admitir que te equivocaste al subestimarlo. Y eso, amigo mío, es más difícil que hacer dieta en diciembre.

Lo curioso de todo esto es que no se trata de desconocidos ni de figuras lejanas. No, esto ocurre con personas cercanas: amigos, compañeros de trabajo, familiares. Aquellos que han demostrado una y otra vez que son buenos en lo que hacen, que tienen ese “algo” especial, pero que, en nuestra infinita sabiduría, seguimos viendo como “el mismo de siempre”, el que no puede ser tan bueno porque, bueno… simplemente no queremos que lo sea. Tal vez es orgullo, tal vez es envidia disfrazada de escepticismo, o quizás solo una mala costumbre de aferrarnos a la versión que construimos de alguien hace años, sin importar cuánto haya crecido.

Desde la psicología social y la cognitiva, este fenómeno tiene una explicación bastante clara. Se llama disonancia cognitiva y fue descrita por Leon Festinger en 1957; se refiere a ese malestar interno que sentimos cuando la realidad contradice nuestras creencias. Si durante años hemos visto a alguien como “del montón”, reconocer su talento significa aceptar que estábamos equivocados. Y como admitir errores no es precisamente el pasatiempo favorito del ser humano, preferimos ignorar las evidencias, minimizar sus logros y seguir aferrados a nuestra versión reconfortante de la historia. Es más fácil pisotear, antes de admitir que, quizás, hemos sido unos necios.

Pero lo mejor de todo es que la vida, en su infinito sentido del humor, tarde o temprano nos pone en una situación en la que dependemos de esa persona a la que subestimamos. Y ahí, en ese momento de desesperación, cuando esa persona demuestra su talento sin esfuerzo alguno, solo nos queda tragar entero y decir la frase más difícil de pronunciar: “Tenías razón”. Aunque, claro, siempre hay quienes optan por un camino más digno y simplemente se hacen los locos. Porque aceptar que alguien es mejor de lo que pensábamos… bueno, eso es demasiado para el ego.

Y entonces, ¿cuántos talentos cercanos sigues ignorando solo por no admitir que estabas equivocado?


-Las opiniones expresadas acá son responsabilidad del columnista y no reflejan exactamente la línea del medio de comunicación.

-Las imágenes fueron tomadas de Pixabay

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