Pocas veces –diría que nunca- pensamos en el trasfondo de los alimentos que ingerimos. Y lo entiendo; no resulta muy apacible para el alma pensar en las injusticias económicas y sociales que envuelven la producción de una comida cuando la idea es, precisamente, disfrutar de sus sabores. Esa distancia que tomamos puede encontrar en el cacao uno de sus mejores ejemplos: una historia de colonialismo que ha llevado a que, por ejemplo, Suiza o Bélgica hayan construido una reputación mundial como chocolateros sin que en su geografía exista un solo árbol de la especie.
Visto el panorama desde territorios que tradicionalmente han operado como colonias, resulta poco menos que indignante que nos hayamos dedicado a vender nuestros productos como commodities sin valor agregado al exterior, para que nos los devuelvan en cajitas brillantes y de moños por un costo considerable… efectos de la baja industrialización que caracteriza nuestros paises. Y sin embargo, los productores de cacao, como de tantos otros bienes agrícolas y pecuarios, parecen estar despertando, innovando, agregando valor a sus bienes y aprovechando características absolutamente cotizadas en mercados extranjeros.
Es viernes, y el sol aparece de repente tras las nubes de lluvia que colgaban del firmamento al amanecer. Dos representantes del Centro de Investigación Agrícola Tropical – CIAT reciben a los asociados de la Asociación de Cacaoteros del Quindío – Cacaoquín. Los reciben con una buena noticia: el certificado por ser los depositarios de una producción con una de las menores cantidades de cadmio, un metal pesado con implicaciones en la gestación de diferentes tipos de cáncer.

-Con recursos de una fundación europea, el CIAT tomó muestras en cultivos de toda Latinoamérica, en fincas estratégicamente situadas e identificadas por selección satelital, y tuvimos la suerte de que en el Quindío, 26 fueran elegidas para examinar tres componentes: el suelo, las mazorcas de las plantas y sus hojas. Para nuestro orgullo y satisfacción, podemos decir que prácticamente todo el Quindío fue reconocido por sus niveles bajísimos de cadmio (menos de 1% cuando el mínimo permitido por la Unión Europea es del 3%).
Él es José Helí Blandón Ramírez, el representante legal de la asociación. Un personaje que se ha vuelto habitual en los encuentros relacionados con el agro en el departamento. Tras esa mirada profunda en la que encierra su silencio, don José Helí tiene mucho que contar. Con asociados, de todos los municipios del Quindío, sabe muy bien lo que significa llevar las riendas de una asociación en una región donde la respuesta estatal más cercana no siempre es la esperada.
-Hay municipios que no colaboran. Por ejemplo, uno va a lo que antes llamaban Umata y ahora es la Secretaría de Desarrollo Económico, Social, Moral y Espiritual… (dice con plena ironía), y encuentra uno que, en un renglón chiquitico, tienen la parte de la agricultura. -¿Ha servido el modelo asociativo para poder afrontar este tipo de situaciones?

-Acá tenemos una ventaja/desventaja- me responde –y es que somos pequeños productores. Para nosotros es muy importante que la gente tenga una o dos hectáreas; algo que para el mercado internacional sería muy grave, pero a nosotros, socialmente, nos interesa que tengan una hectárea (ojalá tuvieran más). Con eso el productor puede seguir teniendo café, plátano, pero que reconozca en el cacao un renglón económico que se sostiene muy bien. Ahora, un agricultor no puede vender 50 kilitos, 20 kilitos, porque cualquier consumidor del mundo pide toneladas. Es necesario unirse para cumplir con los volúmenes.
-¿Y cómo hacer para cambiarle la configuración al quindiano, tan acostumbrado al individualismo?
-Esa es otra de las dificultades. Por eso le apostamos muy fuerte a las capacitaciones, como las ofrecidas por la Unidad Solidaria, en temas administrativos, pero también de asociatividad. Eso nos ha permitido mirarnos diferente, fortalecernos como agremiación. Incluso a cada reunión tratamos de llevar a un miembro diferente, porque nada nos ganamos si siempre voy yo y en algún momento no puedo seguir; se perdería el ciclo. Necesitamos que siempre haya un empalme en el conocimiento.

De actor secundario a primera plana
Aunque la palabra chocolate, desde el náhuatl Xocolatl, enmarca al cacao como parte de las tradiciones indígenas mesoamericanas pre hispánicas, las investigaciones más recientes han seguido su rastro a través de la historia y ubicando su surgimiento en la selva amazónica su posible cuna. Don José Helí va incluso más allá:
-Los más recientes descubrimientos, basados en la arqueología, la física, la química y palinología (la rama de la botánica dedicada al estudio del polen y las esporas; también nos tocó buscarla en Google) han determinado que el cacao habría surgido en el trapecio amazónico entre Colombia, Ecuador, Perú y Brasil. Pero de dos años para acá se ha delimitado aún más la zona de su nacimiento, y señalaría que su génesis se habría dado en los departamentos de Amazonas, Putumayo y Caquetá, que es donde la mayor concentración de material parental de su familia.
La especie podría haberse expandido a lo largo del continente por el efecto de migraciones animales, considera. Sin embargo, al Quindío llegó como parte del acervo cultural asociado a su consumo, de la mano de poblaciones indígenas del Cauca que llegaron a las fincas cafeteras como mano de obra. Mientras el café se afianzaba como motor económico de la región al estar apalancado por un buen precio internacional y una institucionalidad fuerte representada en el Comité de Cafeteros de la época, el cacao se mantuvo como parte de las plantas de pancoger de las familias de los agregados. Era simplemente un árbol para el consumo interno. Esto, sin embargo, hizo que la especie fuera una especie bien conocida y habitual en prácticamente todos los predios de la región.

-En los años 60 había grandes fincas cultivadas de cacao: de 200 o 300 cuadras. Pero en los 70 aparecieron enfermedades muy limitantes en todo el mundo, como la monilia o la escoba de bruja. Y como no teníamos manejo de esto, nos aplastó. Por esa misma época la Federación Nacional de Cafeteros lanzó la variedad de café Caturro, y le ofrecieron al agricultor el cultivo, se lo sembraban y le daban un año de abonos. Y muchos destinaron sus tierras exclusivamente para esta actividad- comenta.
Sin embargo, los tiempos han sido cambiantes. En primer lugar, la caída del pacto cafetero que garantizaba un precio base para la carga de café, le restó rentabilidad a la caficultura. En medio de todo esto, el precio internacional del cacao empezó a fortalecerse, manteniéndose de unos años para acá en una tendencia al alza y logrando récords históricos, superando los 10 dólares por kilogramo en 2024, por la afectación climática de los cultivos en Ghana y Costa de Marfil, los dos mayores productores. Como si fuera poco, el cambio climático y el consecuente aumento de las temperaturas en todos los pisos térmicos colombianos han empujado al café a ocupar tierras cada vez más altas para escapar del calor, cediéndole espacio precisamente al cacao.

El resurgir de un saber perdido
El recuento histórico es importante para darle sentido al eslogan de Cacaoquín: “El Renacer de una Tradición”. Una recuperación de los saberes que se creían perdidos y que se dio como respuesta a una necesidad, como lo cuenta don José Helí con una de sus frases picantonas en medio de un discurso serio.
-Un amigo me dijo algún día, “qué le parece que estoy comiendo por el cacao… Porque la broca me tiene jodido. Arranqué ya todo el café, e intensifiqué el plátano, pero el moko me tiene arrumado, entonces yo ya no tenía ni con qué mercar”- Para los lectores poco relacionados con temas del campo, acá va la aclaración: tanto la broca para el café como el moko para el plátano son el coco: enfermedades que arruinan no solo cultivos enteros sino las posibilidades a futuro de continuar con ellos.
Continúa don José Helí, narrando que su amigo rememoró en unos palitos de cacao que crecían a su suerte, una alternativa a la que decidió apostarle, beneficiándolos como cuando era más joven. Como un acto de gratitud, estos no solo le devolvieron una buena producción, sino que se topó de sorpresa con muy buenos precios en el mercado.

-Me dijo que ya llevaba una hectárea sembrada y que quería ampliarse. Entonces yo ayudé a buscarle información, me puse a investigar, y él por su parte, empezó a contarle a la gente, porque estaba muy contento: ya tenía entraditas con los arbolitos que tenía y pronto organizamos una reunión con un técnico en la especie para que nos organizara y nos diera la orientación. Ahí fue donde nos salió la idea de crear alguna organización, una cooperativa o algo. Pero oficialmente, el Gobierno colombiano apoya son las asociaciones y como teníamos interesados de los 12 municipios, conformamos la Asociación Cacaotera del Quindío.
Con representantes en todo el departamento, e incluso de municipios del norte del Valle del Cauca, la agremiación ha consolidado un tejido en el que las localidades con las condiciones menos aptas para su cultivo, como Salento, se complementa con la capacidad para la transformación. 125 asociados, entre productores, transformadores y adherentes (como se les conoce a los especialistas en agronomía, química o biología, que aportan el componente científico a la operación), y que resultan fundamentales para una de las prioridades de la asociación hoy en día: el manejo fitosanitario y agronómico para darle continuidad a la producción. Y si existen dudas, recuerden los problemas de broca y moko antes mencionados.
Y esto tiene que ver puntualmente con el cadmio. O con el bajo porcentaje del mismo en las tierras del Quindío. Una ventaja comparativa envidiable y que, debido a las prácticas culturales asociadas a la producción, podría estar poniendo en riesgo justamente lo que hace especial a una producción que con el tiempo podría fácilmente desarrollar un sello de origen Quindío. -Qué responsabilidad nos cae? En el uso de los abonos, porque algunos son de mala calidad y traen cadmio. A la gente le gusta, por ejemplo, comprar ‘barredura’ que son sobrados y residuos de abono, pero sin ningún manejo de la composición química. La gente no sabe qué le están echando a la tierra, entre cosas buenas y malísimas, y lo que estamos haciendo es contaminar una tierra que, por naturaleza, no tiene los problemas que sí tienen otras regiones.

El potencial vertiginoso de la industria
Por fortuna los retos en inocuidad y logística (como la sentida necesidad de un centro de acopio) están identificados a tiempo. Así como las oportunidades. A don José Helí se le ilumina la mirada cuando habla de los logros obtenidos, con las uñas y con tan poco tiempo en el mercado especializado.
-Por ejemplo, Casa Rivera del Cacao, en Córdoba, ha participado en un concurso de pastelería en Francia y durante 3 años consecutivos han ganado, por la calidad del producto que cultivan en su propio hotel. O tenemos la experiencia de Paola Andrea Cardona, con su fábrica de chocolate artesanal Terra Dulce, que se presentó con su propio músculo financiero en una feria en París y se ganó el primer puesto con su barra de chocolate al 70%. Y esta es la importancia de la industrialización para nosotros, porque hay una diferencia importante entre el alimento primario y el transformado.
Para explicarlo, me da un ejemplo: para hacer una chocolatina alemana o suiza se necesita un proceso en una refinadora que demora más de 100 horas en máquina; en Colombia sería impensable pasar de 20 horas por el consumo de energía eléctrica que representa tener encendido el equipo de manera constante. Pero aún más: Terra Dulce ganó el premio Diploma Gourmet con 12 meses de haber abierto, frente a una empresa de México con 70 años y otra de Bélgica con 50. Toda una proeza que los asociados ven como una señal de confianza; de que por acá sí es el camino y que no están empujando todos una quijotada.
-A eso súmele la oferta ambiental que ofrece el departamento, y que hacen que el cultivo se comporte mejor acá: es más resistente a las enfermedades, y muestra un rendimiento más alto que lo que se ve en otros países. Acá un agricultor saca producción cada 8 o 15 días, mientras que, por ejemplo, en Perú la cosecha es bianual. Los picos de producción son leves, pero con la ventaja de que todo el año está dando. Lo que nos falta para ser bien competitivos es que nos demos cuenta de lo que tenemos en las manos para aprovecharlo, y que no nos pase como con el plátano quindiano, el más apetecido del país por su sabor, pero que ha bajado frente al de otras regiones; o a la yuca chirosa, la de mejor sabor frente a otras más aptas para usos industriales- comenta orgulloso, pero con un claro sentido de urgencia en su voz.