Con 301 millones de personas con cuadros de este tipo en 2019 -un 4% de la población mundial-, la Organización Mundial de la Salud calificó la ansiedad como uno de los trastornos de salud mental más comunes en el globo. Su origen es difícil de rastrear, porque generalmente son resultado de la interacción de factores sociales, psicológicos y biológicos. Y si se tiene en cuenta el panorama actual en el planeta entero (con guerras en riesgo de recrudecer, desastres ecológicos irreversibles y la incertidumbre por la llegada de una Inteligencia Artificial que roza con la consciencia humana), es de esperarse que la humanidad actual pueda ser diagnosticada como paciente. De hecho, se va popularizando, por ejemplo, términos como ecoansiedad, que describe el miedo constante al cambio climático y sus repercusiones sobre los seres vivos y el planeta.
Ya en el siglo VI el filósofo chino Lao-Tse descifró el punto de inflexión de los males de salud mental: “Si estás deprimido, estás viviendo en el pasado; si estás ansioso, estás viviendo en el futuro; si estás en paz, estás viviendo en el presente”. ¿Acaso el germen de estos males que nos parecen tan contemporáneos, radica en el tiempo? El mexicano Raúl Buendía Echavarría estuvo en Armenia hace unas semanas para presentar, por invitación de la Universidad de San Buenaventura su charla ‘La Amenaza Crónica del Progreso’, una revisión filológica y hermenéutica de este concepto y que surge de su trabajo de investigación en la Universidad Nacional de México – UNAM.
“La historia y el progreso son experiencias humanas, y el progreso lo vemos como la experiencia humana de avanzar en el tiempo. Aplicado a la teología, percibimos un comienzo, un desarrollo y un final -que usualmente acaba como un apocalipsis- pero esto implica además un octavo día de recompensa o mejora. Sin embargo, en esta era de hipermodernidad, se lee de manera cuantitativa como tener más grados o propiedades: el éxito significa tener más. Nos lleva a estar en una rueda de hámster donde avanzamos cada vez más rápido sin llegar a ninguna parte, porque ni siquiera tenemos lugares adonde llegar”.
¿Complejo? Vamos a ingresar a ese terreno mítico y desconocido llamado hermenéutica.
Los 5 puntos para abordar la noción de progreso
- La concepción del progreso como un punto luminoso que avanza a una sola dirección a lo largo de un timeline conlleva nociones: mejorar, éxito y perfección. Y esto lo asumimos personal y colectivamente, señala Buendía. “Cuando una sociedad se postula desde una posición civilizada y ve a otras que no están a la par, comienzan ideas supremacistas y colonialistas de “Yo que soy civilizado tengo que llevar a toda la humanidad al mismo punto de progreso. En la hipermodernidad es bajo estas nociones, y la globalización e interconexión entre todos, que nos ha llevado a producir más y consumir más a costa de la destrucción del planeta”.
- El investigador añade que, en el concepto de avanzar, subyace un deseo de aceleración. “Ya no quiero estar en este presente, sino en ese futuro, que no he construido, para el que no he dado pasos, pero que para allá voy. Comienzas a producir y consumir más, a querer lo instantáneo, la simultaneidad, y acelerar te produce patologías a causa de la ‘descronologización’, que es romper con el tiempo”, eliminar su flujo y a través de una comparación entre dos cortes sincrónicos, poder observar una evolución entre estados. Un enfoque no tan orgánico ni natural para el hombre de a pie.
- La misma idea de que, quien tiene más recursos ha progresado más hace que se distorsione la misma definición de ‘éxito’. “Hay personas que viven en zonas rurales o reservas ecológicas y tienen otro tipo de éxito. Y si tengo más recursos, entonces soy más progresista, soy mejor que otros, y se empiezan a establecer estereotipos de las personas que tienen más como mejores”. De acá se derivan, desde las campañas de colonización posteriores al descubrimiento de América, pasando por el falso humanismo de los whitewashers, hasta la apropiación cultural y la gentrificación.
- Esto no es de ideologías: tanto los movimientos de derecha como de izquierda, estarían cayendo en la misma trampa. “Ambos tienen esta misma mirada, tratando de rescatar un pasado ideal o tendiendo hacia un futuro utópico: ambas visiones simplifican los dos tiempos. Añorar los años 80 porque fueron espectaculares en moda o en música, ignorando que también empezó la epidemia de VIH, por un lado, o proyectando un futuro para el que no tienes constructos que te ayuden a llegar es absurdo.
- “No saber adónde vas es saber que el pasado está perdido y el futuro también, y eso te lleva a una inacción. La melancolía es lo mismo: cargar en todos los tiempos el pasado el presente y el futuro sin certeza de qué va a pasar. Todo esto por la carga social y cultural de estar acelerado”, explica Buendía.
Aterrizando la tesis
¿Y cómo se aplica esto en la vida real? “Después de la II Guerra Mundial se pensaba desde el cine o la literatura en un futuro espectacular, con grandes avances, carros que volaban, robots que te hacían todas las cosas, era generoso y progresista. En algún momento nos dimos cuenta que no es así. Y por el contrario tenemos avances, pero no los que queríamos, ni los que sabemos cómo usar. En ninguna película vi la representación de una escena de las personas con el teléfono celular, dobladas en la calle mirando un cristal negro. Ese futuro ni lo pensabas y ya está ahí. Llegamos a puntos tecnológicos cumbres, como la clonación, pero no sabemos en qué usarlos”.
El investigador añade: “El problema es que creemos que podemos contaminar y que la Tierra tiene el deber de regenerarse sin importar que el planeta tenga unos ciclos más largos de recuperación”. De ahí que resuenen las palabras, tan criticadas en su momento por los medios tradicionales, de la ex ministra de Minas y Energía, Irene Vélez, cuando hablaba de un decrecimiento de la economía. Pero además hay otras implicaciones.
“Pensamos que la pandemia iba a ser como un reset porque veíamos las calles vacías, y la aceleración llegó a nuestras casas a trabajar, a conectarse a la educación, la comida te llegaba y aparte fue más invasiva, porque ya no implicaba salir, sino que te veían desde tu habitación. Y de nuevo, surgieron las desigualdades, porque no todos tenían la posibilidad de estar conectados a internet. El progreso tiene una ideología muy fuerte de desigualdad en América Latina”.
¿Deseamos el fin?
-¿Anhelamos inconscientemente un apocalipsis?- le pregunto. De por sí en la narrativa de los productos de consumo como las películas y las series de ciencia ficción, es más frecuente encontrar escenarios negativos que positivos.
-Pues… es parte de nuestra finitud, porque yo nazco y sé que me voy a morir. Desde la teología siempre hay marcado un fin. Lo vienen diciendo desde el 1200 y cuando no pasó nada, se supuso que las cuentas estaban mal hechas y que la catástrofe pasaría en 1224.
Ese miedo constante nos ha acompañado como sociedad, impulsada por el relato creacionista y que también marca un punto final. Un factor que, además de generar una zozobra constante, genera una decepción adicional “porque estamos esperanzados en que todo acabe y no acaba. Y ahora, que no está secularizada esta noción de apocalipsis, aparecen otras amenazas como el tema de los desastres nucleares. Eso es desear el fin, no sé si por la esperanza de un octavo día de paz perpetua”, sugirió.