Sé que llegamos un poco tarde a esta conversación, pero ¿ya se vieron la adaptación de Netflix de Cien Años de Soledad? ¿Les gustó, no les gustó o les parece una aberración el haber llevado el libro (su primera mitad) a las pantallas? Para los gustos los caramelos, dicen los abuelos. Y es cierto: no habría manera de dejar contentos a todos, primero por el carácter sagrado que la obra que se alzó con el único Nobel en literatura de Colombia. Pero también, poniéndonos más generalistas, porque la literatura, como todo el arte, tiene un enorme componente de apreciación subjetiva.
Por encima de la valoración estética y política que podamos hacer de la serie, algo nos ha dejado: el habernos puesto a hablar sobre el legado de Gabriel García Márquez. El devolver su figura a la discusión cotidiana, a las charlas de amigos, a la cháchara acompañada por cerveza en la tienda de la esquina, enriquece la discusión y nos une en torno a una idea de colombianidad que no a todos les gusta (hablándole a la Cabal), pero que definitivamente nos marca. Una discusión, además, que no acaba aún porque todavía falta el desenlace de la historia cuando nos cuenten la segunda mitad del centenio que la novela abarca.
¿Qué hace de Cien Años de Soledad la gran novela colombiana, y tal vez, hispanohablante? ¿Y que hace que su serie pinte para convertirse a su vez en un referente de la televisión? Teníamos mucho que decir. Pero para conversarlo, decidimos hablar con alguien de autoridad. Leandro Hernández Arroyave cumple con las condiciones: docente universitario en Armenia y Pereira, hace parte de la agencia cultural Erre (a quien le haremos su respectiva nota en su momento, prometido), desde donde se adelantan labores de investigación, formulación, gestión, mediación, formación y comunicación en narrativas editoriales pero también audiovisuales. Es decir, nos puede hablar de ambos formatos. Y además, aunque le parezca curioso el apelativo, es un ‘Gabólogo’, al punto de hacer su maestría en Narrativas Audiovisuales en la universidad del Magdalena, bien cerquita del entorno en el que se gestó la saga.

¿Primero que todo, qué es eso de realismo mágico?
Y fue la primera pregunta, porque reconozco que me da dificultad definirlo y separarlo de corrientes como el fantástico.
-El realismo mágico generalmente la gente lo relaciona con Latinoamérica… y está bien, porque constantemente vivimos en una realidad que parece más ficción que realidad- me explica Leandro- En pocos lugares ves un noticiero dedicándole 15 minutos a alguien que vio a la Virgen en un buñuelo o una baldosa. A mí me parece que García Márquez fue mejor cuentista que novelista, y en los cuentos se ve más marcado el realismo mágico, en un universo de personajes que incluso aparecen en Cien Años y a veces uno los ve como danzando en ese mundo narrativo donde empiezan a aparecer hechos sobrenaturales que se narra de un modo tan real y cotidiano que no hay chance de cuestionarlo.
La cuestión es la siguiente. No podríamos señalar una saga como la de Harry Potter como realismo mágico porque en ella todo lo que se salga de la normalidad es pintado como magia. La intencionalidad del autor es precisamente mostrar estos eventos con un aura de extrañeza. Y es precisamente la falta de deslumbramiento y magia cuando nos cuenta alguna extrañeza, la que le da ese carácter cultivado por Gabo y otros autores antes de él. Sí, porque no fue el colombiano el que creó esta corriente. Una acotación de acá en adelante: vamos a referirnos al realismo mágico como RM, porque ya me duelen las articulaciones de tanto repetir el término.

-Este movimiento nace cerca de 1925 en Europa como una corriente inmersa en la plástica, en donde empiezan a reflejarse unos hechos un tanto fantasiosos, mágicos o que giraban alrededor de lo misterioso o sobrenatural aplicado a la cotidianidad. Por lo general se habla del historiador, fotógrafo y crítico de arte alemán Franz Roh como padre del RM- continúa.
Nos fuimos para internet a rebuscar información. “Roh creía que estaba relacionado con el surrealismo, pero siendo un movimiento distinto debido al enfoque del RM en el objeto material y la existencia real de las cosas en el mundo. De este modo, enfatiza la magia del mundo normal, tal y como se nos presenta, es decir, como cuando miramos de forma real los objetos que nos rodean y que nos pueden parecer extraños y fantásticos; y no el mundo de la magia, en el cual los objetos se transforman literalmente, en algo fantástico”, dice este artículo.
-Bueno pero, por ejemplo- pongo como ejemplo una historia que me contaba mi abuela –la viuda que mantenía una relación con su agregado y que, para desviar la atención de las chismosas del pueblo mandó a poner una puerta roja en la mitad del parque central del pueblo… eso entraría como RM?
-No. Lo pintoresco no es RM. Decir que todo lo irónico o cómico que exalte nuestra cultura sea RM estaría equivocado. El RM tiene algo de ironía muy sutil en un juego poético, pero porque siempre trae una crítica social o política.

Hijo del mestizaje y el sincretismo
De nuevo: Gabo se convirtió en el exponente más visible de la corriente, pero no lo hace su padre; de hecho, subraya Leandro, “se cree que fue una de las primeras obras de RM fue ‘Señor Presidente’, publicada en 1946 en Guatemala por Miguel Ángel Asturias”.
Se cuenta que el autor de Aracataca podría haber bebido, además, de otras escuelas para construir su propio y muy particular universo. Por un lado, de Franz Kafka, “que con La Metamorfosis se dio cuenta que se podía escribir la fantasía de una manera diferente”, indica. Y por otro lado, de William Faulkner, su acercamiento con el tema de la familia y sobre todo, con la creación de su propia geografía, enmarcada en el ficticio condado de Yoknapatawpha, en donde transcurren varias de sus historias y que podría haberse tropicalizado en Macondo.
-Además, Gabo pudo haber sido influenciado por sus viajes en Europa con el surrealismo, que lo llevó a empezar a traer esas imágenes a sus libros. Pero también hay que hablar de la suma de influencias culturales del Caribe- reitera Leandro, quien es enfático en señalar que, por más que autores como Murakami (desde Reino Unido, pero con Japón como background), Kusturica (en los Balcanes) o Etgar Keret (israelí) hagan RM, nada suena igual al de Latinoamérica.

La razón, para Leandro, está tejida con nuestra propia identidad como pueblo: no se puede desenmarcar al continente del catolicismo, que a su vez adoptó personajes y relatos de la mitología griega y romana para crear vírgenes y santos. Esto se vendría a sumar con la cosmología indígena propia del territorio y con los rituales de África. Y en el Caribe aún más, con la influencia árabe.
Era imposible que de esa combinación no surgiera una cultura en la que las lógicas se contraponen, muy apegada a la visión mágica y sobrenatural.
-En Europa no van a poner, en un velorio, un vaso debajo del ataúd para que el muerto beba cuando le dé sed- añade Leandro –cuando todos sabemos que el agua se evapora. Eso fue como, cuando en el caso Colmenares, la mamá de la víctima empieza a decir que él se le aparece en sueños y le cuenta cosas. Acá hay realidades esotéricas y de espiritismo que nos siguen marcando como latinoamericanos.

Una fotografía trucada
Como ya lo había dicho Leandro, la novela cuenta en medio de sus exploraciones mágicas, metafísicas y sobrenaturales, una realidad que al día de hoy nos sigue insultando de frente. Personalmente, creo que este aspecto está más tangible en la adaptación a la pantalla que en el mismo texto.
-Ver la serie me sirvió, por ejemplo, para ubicar geográficamente a Macondo en el mapa del país, cuando se da el éxodo de una ranchería guajira a través de la Sierra Nevada hasta llegar a la Ciénaga Grande de Santa Marta- sugiero -Y del periodo en el que Colombia se constituyó como la república que hoy en día conocemos por 1850, al inicio de las guerrillas en 1950, punto en el que termina la primera mitad de la serie y marca el ecuador de la adaptación.
-Yo siento que el temor que había entre mucha gente con la serie termina solucionándose con un muy buen trabajo de investigación y adaptación- me responde Leandro –porque la novela nos ofrece un viaje cíclico en el que caes y no sabes para dónde vas, o si es mañana, tarde o noche. Lo que hizo Netflix fue organizar la historia de modo que podamos, primero, entender el árbol genealógico, y luego, empezar a sobreponer los hechos del libro con los de la historia del país. Porque el libro es como una madeja de hilo para desenrollar; no es una novela para leerla por pasar el rato, porque no es lineal, sino un ejercicio de reconocimiento de sociedad y de patria, así como de permitirse reflejar unos elementos que uno no conoce o incluso de investigarlos.

El académico reitera que en los 100 años que nos cuentan, se plantean cuestiones “que nos estallan en la cara constantemente”. Algo en lo que estoy de acuerdo: de un inicio con connotaciones bíblicas que establece el mito fundacional de Macondo y el paraíso primitivo de sus primeros capítulos, a la llegada de la ciencia y la tecnología con la aldea de los gitanos, el arribo de la política y la religión que contamina el pensamiento originario, y la polarización, la violencia ideológica y la venganza, por último. Y nuevamente, es apenas la primera mitad del libro.
-El país repite la misma historia una y otra vez con personajes que se llaman igual y repiten los mismos errores. Al revisar la realidad vemos que lidiamos con la misma empresa (Nota del editor: Chiquita Brand, acusada de nexos paramilitares es la misma United Fruit Company de la masacre narrada por Gabo), las mismas familias políticas, los mismos duelos familiares y sociales, las mismas ausencias. Y es fantasmagórico que se repita constantemente. Ahí hay una crítica social, porque nos contamos el relato de manera natural para entender algo tan sobrenatural como la cantidad de disparatadas que pasan en nuestro territorio, de manera cíclica y llevando a que nos perdamos en la temporalidad… habla de tensiones políticas que juegan alrededor del fantasmagórico y que se puede revisar desde lo filosófico al abordar los elementos de control y poder o el concepto del eterno retorno, como dice Nietzche.
Si se aborda desde esta óptica, podemos llegar al consenso de que la fábula llena de magia que se nos pintaba en un inicio solo ha jugado con nuestra capacidad mitificadora para convertirse al final en una advertencia: la frase “las estirpes condenadas a cien años de soledad no tenían una segunda oportunidad sobre la tierra”, tañe sobre nuestras cabezas como un recordatorio que hasta que no cambiemos como sociedad y dejemos de replicar prácticas autodepredadoras, estamos destinados a matarnos a nosotros mismos, a reproducir de manera circular el pecado y a perdernos en nuestros bajos e irracionales instintos.

Si fuéramos showrunners…
De manera casi simultánea a Cien Años de Soledad en Netflix, inició un interés inusitado en las plataformas de streaming por acercarse a esos grandes textos de RM. Semanas antes de su estreno, la misma casa presentó Pedro Páramo, basada en el texto de Juan Rulfo, logrando un resultado bastante satisfactorio. Y con algo menos de éxito pero con gran repercusión, Max reversionó Como Agua para Chocolate, de Laura Esquivel. Prime por su parte anunció su adaptación de La Casa de los Espíritus, de Isabel Allende. Y como posible detonante de toda esta movida, tenemos que hablar del camino abierto por Encanto, que llevaba al terreno de Disney las sagas familiares impregnadas por elementos mágicos.
Teniendo en cuenta lo que llegar a las pantallas representa para un libro en términos de sintonía, participación en la conversación y aumento de ventas, ¿puede ser esta una oportunidad de oro para las letras latinoamericanas? Pensamos que sí. Por eso junto con Leandro e Ivanna Muñoz (autora de ‘Recorriendo el mundo en 200 libros’ recién reseñado aquí), jugamos a ser los showrunners en búsqueda del próximo gran título en ser adaptado. Acá los resultados:

Changó, el Gran Putas – Manuel Zapata Olivella
Ivanna cuenta que, entre sus libros latinoamericanos preferidos está la megaobra del médico, antropólogo y escritor que se embarcó, bajo este título, en un proyecto monumental: contar en cinco novelas las diferentes épocas de la vida afro en América. “Mi concepción como entidad social en un país tan pluricultural, y la temática de racialidad cambió completamente con este libro. Está al nivel de Cien Años de Soledad.
El Beso de la Mujer Araña – Manuel Puig
El escritor y activista LGBT+ publicó en 1976 fue prohibida por la dictadura argentina porque le pisaba varios callos. Y esto, porque se escenifican las conversaciones y el punto de vista de dos outsiders, desde el punto de vista del régimen: Valentín, el preso político, y Molina, mujer transgénero. La enrevesada estructura de la novela incluye una trama principal, varias subtramas y cinco historias adicionales. “La postularía, por la temática de fondo y por el boom del género en el que podemos estar ahora”, dice Leandro.
La Rebelión de las Ratas – Fernando Soto Aparicio
El pueblo ficticio de Macondo tiene varios hermanos de sangre: uno de ellos se llama Timbalí, y es el escenario de esta novela que cuenta el choque entre los habitantes tradicionales de la localidad boyacense y los nuevos ricos, quienes a su vez representan la agricultura tradicional, en vía de extinción, y el extractivismo, que bajo la industria del carbón, llega a arrasar con la tradición. La recomendación es de Ivanna.
Sin Remedio – Antonio Caballero
El nacer en una familia adinerada solo le ha servido a Ignacio Escobar para perseguir un sueño que inconscientemente no está dispuesto a buscar: el de convertirse en un poeta reconocido como sus héroes de París. Agobiado por el tedio de una rutina vivida ‘divinamente’, en algún momento empezará a abrirse a otros entornos, como la izquierda revolucionaria de los 70, o las clases bajas sujetas a una guerra ideológica que terminará pasando a la acción. De nuevo, recomendación de Ivanna y respaldada por este señor.

Los Estratos – Juan Cárdenas
Un título que resuena por su carácter poético, es sin embargo, la mejor definición de una historia en la que la búsqueda personal de una mujer de su infancia por parte del protagonista se superpone con una realidad social y política enmarcada en la violencia de la Colombia de hoy. La interrelación entre la pesquisa de dos de sus personajes (un psiquiatra y un investigador), y los paisajes liminales ubicados entre parajes de selva, playa y ciudad. Podría dar buen juego para una narrativa audiovisual, dice Leandro.
Los Animales del Fin del Mundo – Gloria Susana Esquivel
Leandro se fue por lo alto. Lo digo porque llevar a la pantalla la poesía de esta autora va a requerir de un narrador diestro y osado. Nada más la frase “era Inés planta ornamental. Inés mascota. Inés animal de porcelana, perdida entre los infinitos rincones de la casa y sus silencios” para describir a la protagonista, da un vistazo a la fuerza emocional y simbólica de sus letras, y la dificultad de trasladarlo a imágenes. Pero pedazo de obra quedaría, el representar la historia de una niña de 6 años aterrorizada por la violenta Colombia de finales de los 80 convencida de la necesidad de convertirse en una fuerza de la naturaleza para enfrentar un mundo adulto hostil y desconocido.
Algo de Mario Vargas Llosa…
Tiene razón Leandro. Porque, tratando de hacer malabarismos para separar la obra de un autor que ha sorprendido recientemente por sus posturas ultra derechistas, se puede encontrar material con la suficiente profundidad de contenido enmarcada por una eficiente labor narrativa. Pantaleón y sus Visitadoras podría tener otra oportunidad para brillar mejor, y Conversación en la Catedral daría para una historia coral que refleje el Perú de los 60.
Algo más de Gabo…
Y complementa: “Teniendo en cuenta el buen recibimiento de Cien Años de Soledad, creo que Gabo podría volver a la pantalla (además de que su familia está abierta a la posibilidad de vender los derechos). Podría haber una nueva versión de El Amor en los Tiempos del Cólera, o incluso, de El Coronel no Tiene quien le Escriba’.
2666 – Roberto Bolaño
Lo sé, es una barbaridad y tal vez estoy pidiendo mucho. Pero recomendé el título porque tiene bastante carnita para una serie con varias temporadas; de por sí el libro está compuesto de 5 novelas someramente conectadas entre sí, con un triángulo amoroso enmarcado en la erudición académica, el descenso a la locura (y sus momentos de RM), una aventura de tinte periodístico (deportivo y judicial a partes iguales), una crónica rocambolesca de un personaje que borra sus huellas para desaparecer en el anonimato, y un vórtice de violencia de género en una ciudad reflejo de Ciudad Juarez, en la que las mujeres desaparecen por causa de un mal primigenio e incorpóreo que le da un tinte de horror a toda la obra.