En el entramado de pequeños rascacielos nacidos por generación espontánea en el norte de Armenia, todavía espera su desarrollo un lote a la entrada del barrio Nogales. Anteriormente allí se encontraba una casa imponente, construida tal vez a finales de los 70. Y en su frente se erigía, orgulloso, un árbol. Hoy en día, por cuestiones inmobiliarias, la casa no está. El árbol tampoco. Lo que más duele es que tampoco se desarrolló el centro médico que se planteaba allí.
Un árbol que dio su vida a una obra truncada y que se une a cientos más que han desaparecido a la vista de la comunidad para darle paso al concreto. De acuerdo con cifras brindadas por la Gobernación del Quindío, solo en Armenia hay cerca de 1.000 árboles aislados que crecen al antojo de una capital que avanza más rápido que sus herramientas de planificación. Muchos de ellos son vistos como un obstáculo para levantar construcciones, o perecen como víctimas de un plan vial.
En este lote del barrio Nogales, una casa fue demolida y el árbol que la acompañaba fue talado para darle espacio a un centro médico que nunca fue construido.
“No le hemos dado la importancia o relevancia al arbolado urbano, el único mobiliario verde que tiene un municipio o una zona en específico, y que hay que conservarlo como tal”, explica Miguel Ángel Mejía Díaz, director administrativo de Desarrollo Rural Sostenible de la secretaría de Agricultura, Desarrollo Rural y Medio Ambiente del departamento, “en el desarrollo de Armenia no se ha tenido un momento para discutir qué árboles sembrar, o qué hacer cuando estos generan problemas o van en contra de la visión de ciudad; la respuesta es que hay que cortarlos. La gran discusión en la silvicultura urbana es pensar en la planificación, cómo vamos a incorporarlos”.
El dolor de ver morir un árbol
En una desafortunada coincidencia, un aguacate en un conjunto del norte de Armenia fue talado el día del Árbol del año pasado. Algunos vecinos criticaron la decisión de cortar la vida a un espécimen joven, sano e incluso, que era altamente productivo en frutos; otros vieron con algo de resignación como el árbol caía para preservar la seguridad de los vecinos. ¿La razón? Sus raíces empezaban a acercarse peligrosamente a una caja eléctrica; dos posturas contradictorias y muy frecuentes frente a la tala.
Si en algo ha servido la educación ambiental que hace parte de los planes curriculares de los colegios de manera transversal, ha sido en la construcción de una consciencia sobre los beneficios del árbol como actor de nuestro mismo ecosistema. “Estos beneficios son denominados como servicios ecosistémicos”, explica Mejía Díaz, “en algunos países ya se tienen cuantificados. Es así como recibimos de algunos de ellos, servicios de aprovisionamiento como las frutas; obtenemos esparcimiento, como lo puede ser resguardarse del sol bajo su sombra; y los hay de regulación, que incluyen la baja en las temperaturas, evitar la erosión del terreno al permitir que el agua no caiga directamente al suelo, e incluso ayudar a distribuir y filtrar el agua en superficies impermeables como lo puede ser el pavimento”.
Se calcula, por ejemplo, que al bloquear los rayos solares con su follaje, estos individuos aportan al cambio del microclima de la ciudad, cuya temperatura puede descender hasta un 20%, en comparación con un lugar sin sombra. Un beneficio tangible además para disminuir el impacto de la radiación solar en un entorno de concreto y vidrio como lo pueden ser los centros urbanos. ¿O acaso no has sentido que en los últimos años andar por la calle en un día soleado es más sofocante que lo que recordabas?
¿Entonces por qué se tala?
Seamos sinceros: la tala de árboles no va a parar de manera súbita; prima el bienestar de las personas, así como su seguridad. Uno de los actores que se encarga de gran parte de estas intervenciones es la Empresa de Energía del Quindío – Edeq. De parte del equipo de Planeación y Gestión de ID, las ingenieras ambientales Camila Lugo Robledo y Yenny Marcela Rojas, así como Luz Danelli Vélez Delgado, gestora social del grupo, explican las circunstancias en las que se dan estos procedimientos.
“Venimos trabajando con un proyecto llamado Armonía Electrovegetal, que nació por la necesidad de prestar un servicio con calidad, continuidad y seguridad. En un departamento verde, esto genera muchos retos porque estamos llenos de vegetación y queremos que el impacto ambiental sea el mínimo posible. Cuando hacemos nuevos tendidos de red, velamos por hacer trazados que respeten la zona boscosa. Pero particularmente en el área urbana, hay árboles que fueron sembrados al lado o debajo de redes de energía, y cuando crecen pasan dos cosas: se puede presentar una discontinuidad en el servicio, cuando las ramas tocan los cables, o incluso, dependiendo del estado del árbol, este se puede convertir en un conductor de electricidad, lo que representa en un riesgo para personas y animales que tengan contacto con él”, señaló Lugo Robledo.
De aquí que surja una realidad pocas veces vista y que se relaciona directamente con la corresponsabilidad ciudadana: no sabemos sembrar árboles. No resulta inusual ver samanes o ficus –especies de gran porte- ubicadas en un antejardín y que con el paso de los años levantan el andén con sus raíces; las mismas que en algún momento pueden afectar el acueducto y el alcantarillado. Como lo dice Mejía Díaz, “se puede calcular el tamaño de la raíz viendo la copa. Lo que vemos de un árbol fuera de la tierra, es por lo general del mismo tamaño que lo que no vemos y se encuentra enterrado, y si es un árbol alto, será igualmente profundo, con el mismo ancho en ambos sentidos”.
En el Quindío además, se encuentran otros casos que presentan sus propias peculiaridades: uno de ellos es la guadua, “que requiere de un manejo especial al ser una gramínea, más que un forestal, y que mantenemos controlada desde sus brotes más pequeños, evitando la pudrición del sistema radicular que conecta a todo un guadual”, reitera Rojas, desde la Edeq. La segunda excepcionalidad es la de las palmas Botella –una especie introducida- y que origina problemas con la caída de sus pesadas hojas. La tercera es la de especies que no son nativas y que terminan afectando la biodiversidad de su entorno como lo pueden ser los pinos.
En la esquina de la avenida Bolívar con calle 7 -sede de la universidad La Gran Colombia-, en Armenia fue talado este ficus benjamina. La razón del corte fue la amenaza que representaban sus raíces a la estructura del edificio, pero indudablemente su ausencia la siente toda la comunidad.
La recomendación entonces, es a guiarse bien antes de hacer una contribución de este tipo al planeta. En las oficinas de Planeación de los municipios se puede encontrar una orientación sobre qué especies se pueden sembrar y en qué lugares hacerlo, e incluso un manual de arbolado urbano. Por otra parte, desde el Jardín Botánico del Quindío se puede conseguir tanto el acompañamiento como el material vegetal que se desee sembrar.
No a todos con la misma vara
Con este panorama, los prestadores de servicios públicos –electricidad, acueducto, alcantarillado, alumbrado público y cableoperadores- han tenido que aprender a enfrentarse al dilema de si talar o no. Las integrantes del equipo de Planeación y Gestión de ID de la Edeq reconocen que buscan hasta la última alternativa para llegar a la tala, posibilitado por un permiso global especial que les ha otorgado la Corporación Autónoma Regional del Quindío – CRQ para agilizar casos que comprometan la seguridad.
“Hay unas especies protegidas o amenazadas como el samán, cedro negro, cedro rosado, roble o palma de cera, que no se pueden intervenir sin el permiso de la autoridad ambiental, por más que estén en un predio propio”, indicó Vélez Delgado, de la Edeq, “a lo que sí se puede hacer control por parte de los particulares en sus propiedades es a la altura de cercas vivas conformadas por swingleas o eugenias, usadas para la delimitación del lote”.
Es necesario incluir al árbol en el planeamiento urbano en un rol más preponderante. Una ciudad con cada vez menos vida y más cemento y vidrio no será viable en el marco de un calentamiento global.
Al otro lado del espectro, sujetos a libre remoción, se encuentran los frutales. Naranjos, mandarinos, aguacates y guayabos están sujetos a la buena voluntad de sus vecinos humanos cuando de su supervivencia se trata. Frente al resto de las especies, se debe ser tramitar ante la CRQ el permiso, ante lo cual se enviará un técnico forestal a campo para determinar el tipo de intervención que sufrirá.
No obstante, por regla, cuando se retira uno de estos individuos se debe hacer una compensación sembrando otro. En el caso de la Edeq, la relación es de uno talado a tres incorporados, siendo estos últimos “de porte mediano –no más de 7 u 8 metros de altura- y productores de fruta para garantizar la alimentación de aves y otras especies. Asimismo, sembramos ejemplares de porte alto en los linderos del predio, para que no se pierda la dinámica medioambiental en estos entornos”. Algo que Mejía Díaz, de la Gobernación, ratifica: “La idea no es solo reemplazar lo cortado, sino que el lugar sea similar y preste los mismos servicios ecosistémicos. No puede ser lo mismo deforestar la Amazonía y compensarlo en Bogotá”.
El director de Desarrollo Rural Sostenible de la Gobernación incluso pone énfasis en un reto aún más grande y que con el paso de los años se vuelve más urgente: el progresivo envejecimiento del arbolado urbano de Armenia y los municipios, lo que obligará a diseñar un plan de renovación, bien pensado y proyectado. “Jurídicamente no hay un instrumento que obligue a incluir el tema forestal en los Planes de Ordenamiento Territorial –una deuda de las administraciones locales-, pero desde la gobernación y otros escenarios estamos interesados a que se empiece a darle mayor importancia. Australia o Chile han comprendido su importancia y tienen calculado cuánto vale cada árbol y cuánto le cuesta a la ciudad. Bogotá y Medellín están avanzando en esto, y nosotros ya hemos ayudado a los municipios pequeños a hacer un inventario de los individuos que tienen, su estado, cuáles son nativos y cuáles son sus aportes”, reveló.