Imagino a Alexander von Humboldt asomándose al filo de la montaña que dividía el interior del país con la costa Pacífica. Habría visto siluetas de gigantes que recortaban sus figuras esbeltas sobre la niebla espesa de la hoya; abajo lo esperaba el Camino del Quindío que lo llevaría a Quito. Y con su curiosidad de naturalista prusiano, quedarse maravillado con la escena estampada en palmas de cera. Muy posiblemente algún brote de la especie, en sus más tiernos años, haya conocido al explorador en persona, y hoy sea testigo de la muerte de los suyos.
¿Mucha poesía para abordar una expresión tan drástica? A veces nos tomamos las licencias. Pero está justificado: De los puntos consignados en el plan de manejo de la Palma de Cera (consignado en la resolución 0192 de 2014) no se ha cumplido ni con el 1% de este en los 8 años que se habían estipulado para la conservación de la especie. Así lo señala un proyecto de Ley que cursa su trámite en la Cámara de Representantes con ponencia del representante por el partido Liberal Juan Carlos Lozada. El germen del proyecto, sin embargo, nació literalmente, colgado de una palma.
“En 2016 entré a apoyar una investigación de la Universidad del Quindío en torno a la Ceroxylon quindiuense, donde era necesario escalarlas, sobre todo las más viejitas. Se necesitaba a alguien con la experiencia y las agallas para subirse a extraer las muestras para análisis genético, y yo soy especialista en trabajos verticales especiales, montañismo y escalada”. Él es Jessie Alberto Ortiz, técnico electricista, fundador de Arkal Montañismo y Rescate, del Programa Digital de Conservación de la Palma de Cera, y administrador del ecoparque Peñas Blancas.
“Cuando me encontré al frente de la misión le pregunté a los investigadores, estudiantes y docentes que me acompañaban por la resistencia que podría tener, porque ya sabía calcular, por ejemplo, cuánto debía tener de profundidad un poste, o la capacidad de flexión, más teniendo en cuenta que iban a ser de las más viejas y que podían estar enfermas, pero ninguno tenía la certeza. Por eso se hizo una consulta nacional, y encontramos que no se sabe cuánto soporta un espécimen de estos, qué tan profunda es su raíz o incluso cómo es”.
Del desinterés al desconocimiento
Tomándose de hora y media a 3 horas para escalar cada una de ellas y regresar, Jessie conoció tanto la emoción de ver el mundo desde sus copas, como el terror cuando se balanceaba por causa del viento. De allí surgió la curiosidad. Y es que resulta increíble que se sepa tan poco del árbol nacional y símbolo patrio, declarado por la Ley 61 de 1985, una de las primeras experiencias en legislación ambiental en Colombia. “Pero esta calificación es más de tipo cultural que ambiental, y la convierte en un emblema pero no toma en cuenta las consideraciones particulares de la especie. Es una Ley que solo tiene 4 artículos, algo que es insólito en una nación como Colombia, conocida por ser un país de leyes”, señala el escalador.
En el conciso articulado expedido hace casi 40 años, hay dos puntos que concentran el contenido de la norma: el 2 que habla de las facultades (no obligaciones) de la Nación para realizar “operaciones presupuestales correspondientes, contrate los empréstitos y celebre los contratos necesarios con el fin de adquirir terrenos, que no sean baldíos de la Nación, en la cordillera Central, para constituir uno o varios parques nacionales o santuarios de flora a fin de proteger el símbolo patrio y mantenerlo en su hábitat natural”; y el 3 que prohíbe su tala, “aplicable en forma de multa, convertible en arresto”. Y en principio están bien… pero, sujetos a estos lineamientos, se adelantaron otras acciones no contempladas por la declaratoria y que afectaron de manera drástica la supervivencia de la especie.
“Son vacíos jurídicos que no se han modificado”, subraya. Una de las quejas del ambientalista es que, aunque la Ley protege a la palma, no lo hace con el hábitat natural de la misma, es decir, con el bosque montano lluvioso. En este momento encontramos dos situaciones: palmas viejas en extensos potreros que no tienen cómo reproducirse porque carecen de las condiciones para hacerlo (Cocora en particular es conocido como el cementerio de las palmas de cera); o relictos de bosque que tampoco cumplen con lo necesario. El único bosque en el mundo que conserva las características mínimas viables es el de Toche”. Fuertes palabras que impactan fuertemente, no a uno sino a tres símbolos patrios.
Tres símbolos echados a su suerte
De Venezuela a Bolivia se encuentran cerca de 12 especies de Ceroxylon; 9 en Colombia. Sin embargo, la quindiuense es la más alta del mundo (con alturas de hasta 60 metros), la mayor elevación sobre el nivel del mar (de hasta 3.800 metros), y eso la hace una particularidad que ayudó a que fuera reconocida como símbolo patrio. Reconociendo su importancia, en 2015 se expidió el Plan de Conservación, Manejo y Uso Sostenible de la Palma de Cera del Quindío, que establece 4 objetivos con fechas límite para su implementación:
- Divulgar información sobre la palma de cera y su importancia mediante productos accesibles a diferentes públicos, con plazo a diciembre de 2019.
- Promover la inclusión del Plan de conservación de la palma de cera y su plan de acción en los instrumentos de planificación y en las políticas, planes y programas de conservación, con plazo a diciembre de 2018.
- Incrementar el uso de la palma de cera como ornamental (con acciones como establecer viveros para su propagación y promover su uso en paisajismo urbano y en los sistemas productivos) con plazo a diciembre de 2020.
- Hacer monitoreo a las acciones del plan (que incluye la reglamentación de la Ley que la declaró como símbolo patrio y crear un comité nacional de conservación) con plazo en 2015 y 2016, cada punto.
Ortiz considera, junto con su aliada en esta empresa, Carolina Valencia, que estas obligaciones no se han cumplido. “Estuvimos el año pasado en una charla con varios entes nacionales, entregando un análisis del cumplimiento del plan, un año antes de que se venza, en 2025. Los resultados no fueron positivos: no se cumplió ni con el 1%, exceptuando tal vez la prohibición del uso de la planta para los domingos de Ramos, la única estrategia que se ha desarrollado y teniendo en cuenta que la deforestación ha sido la constante”.
Fue entonces cuando, retomando sus inquietudes y lo poco que sabían, Ortiz y Valencia construyeron el proyecto de Ley del Árbol Nacional de Colombia, que con la ponencia del representante a la Cámara, Juan Carlos Lozada (que acaba de sacar adelante la prohibición de las corridas de toros), avanza en el Legislativo y espera hoy su segundo debate. En caso de resultar victorioso, esta podría convertirse en una legislación de segunda generación, que vendría a fortalecer, no solo el estándar de la Ceroxylon, sino de todas las especies que habitan este ambiente y en las que se encuentran otros dos símbolos nacionales que carecen totalmente y de manera inexplicable, de una salvaguarda: el cóndor de los Andes (Vultur gryphus) y la orquídea (Cattleya trianae). Es acá cuando la región se convierte en la protagonista de esta historia: es en el Quindío, en donde confluyen estos tres emblemas.
¿A qué le apunta el proyecto de Ley?
“A que haya una legislación más robusta y contundente para que no se extingan”, explica Ortiz, “el único análisis que se le ha hecho a la palma de cera fue en 1995, y han pasado muchísimas cosas, tanto en economía, como en temas ambientales, en términos ecosistémicos y de cambio climático, que afectan a estos individuos. En particular las palmas se han transformado en plantas de matero, la vemos en medio de un potrero o áreas de cultivo”. Por eso los instrumentos que contendría la nueva Ley apuntan a la restauración del bosque como un sistema interconectado, y no al árbol de manera aislada.
Este cambio en el enfoque resulta necesario, indica, debido a que el desconocimiento casi completo de la Ceroxylon hace imposible saber qué es un espécimen sano o enfermo, o si los esfuerzos por reintroducir la especie para recuperar la población resultan efectivos o no. “Creemos que antes de sembrar plantas se debería acondicionar el terreno, esperar un tiempo para que se recuperen los suelos, se revitalicen y se recupere el resto de la biodiversidad de la zona. Si no lo hacemos bien podríamos estar propiciando un cambio genético y de comportamiento que sería peor”. Por eso la iniciativa parlamentaria también busca consolidar la investigación y la promoción del conocimiento, con instrumentos como la creación de un museo, o la realización de mapeos y georreferenciaciones con fotografía satelital e inteligencia artificial para el conteo de individuos y su caracterización. En resumen, proponemos plantear un momento cero para hacer el mapeo, y plantear las estrategias de conservación”.
El poner la mira en la Ceroxylon y sus necesidades como individuo ambiental, interconectado con un entorno natural específico que también es el hogar del cóndor y la orquídea, no tiene la difusión ni el alcance que deberían tener entre quindianos, ni tampoco con risaraldenses, tolimenses o vallecaucanos, que también son los llamados a ser guardianes de estas especies. No solo es nuestro patrimonio, sino el de toda una nación acostumbrada a pintarlos y exaltarlos en billetes, murales y piezas publicitarias para vendernos como ‘El Segundo País más Biodiverso del Mundo’; realidades que se vuelven decoración y esfuerzos que son más un saludo a la bandera que soluciones efectivas. De ahí la importancia de que este proyecto logre convertirse en Ley, para que en un futuro no tengamos que recurrir a una imagen en un libro para mostrarle a nuestros hijos cómo fue el Quindío que alcanzamos a conocer.