En un principio me dije a mí mismo: “Menos mal está Maduro, para no tener que hablar de Petro”. Pero creo que la celebración de los primeros 2 años del mandatario colombiano es un tema inevitable, aunque esté un par de días trasnochado. Y es que, aunque su homólogo venezolano da mucho que decir sobre unos resultados electorales que se nota que están trucados, es poco más lo que podría decir del tema: Maduro es un dictador y con los últimos hechos presentados, sacó diploma.
Pero volvamos a Colombia. El llegar al ecuador de su mandato, puso al Ejecutivo, de nuevo bajo los reflectores. Época propicia para hacer un balance de cómo le ha ido, en medio de una polémica incesantemente azuzada por sus contradictores; un fuego avivado por medios de comunicación proclives a los opositores, que sin embargo, a veces tiene origen en los propios hechos y palabras de don Gustavo.
¿Cuál ha sido el mayor pecado del líder del Pacto Histórico? Me atrevo a decir que todo nace de un programa de Gobierno extremadamente ambicioso, que planteaba, más que un cambio un revolcón. Y lo digo porque proponer reformas a la salud, la educación, las pensiones, el régimen laboral y lo tributario en tan solo 4 años es increíblemente ingenuo. Más aún, crear varios frentes de negociación con el ELN, el Estado Central Mayor, las otras disidencias, y varios grupos más que actúan por fuera de la Ley, en el mismo periodo. Y todo con medio país en contra (puede ser inexacto, pero sus contrarios representan una parte importante de la población).
El haberse colocado tan alta la vara hizo que los esfuerzos de su Gabinete en los primeros dos años se dispersaran. Al agotamiento hay que sumarle los pocos resultados. Varias de sus movidas en el Legislativo se han caído, al igual que su plan por conseguir la Paz en todos los frentes, aunque hay que reconocer que el estado de la negociación ha ralentizado el ritmo de la violencia en varias partes del país. Sin embargo, departamentos como Nariño, y sobre todo el Cauca, se desangran a la vista de un Gobierno al que le cuesta ejercer un poder militar legítimo para defender a la ciudadanía indefensa.
Duele aceptarlo, pero la transición a energías limpias no despega. La muerte de líderes sociales dejó de ser una bandera para el Presidente. La inestabilidad de su gabinete –sujeto al estado de ánimo del mandatario- no ha permitido una continuidad. El asignarle labores a instituciones que fueron creadas para otros propósitos, y el dejar estas en manos de quienes no tienen el perfil para administrarlas, demuestran improvisación. La baja ejecución presupuestal parece darles la razón a sus críticos. Las peleas contra la prensa reflejan su poca tolerancia al disenso.
Lo más preocupante es que poco a poco se minan las posibilidades para un retorno de la izquierda al poder. En un mejor escenario, con una proyección un poco más cauta de cómo iba a ser su mandato, el haber logrado pequeñas pero significativas victorias, para llegar a la mitad de su periodo con uno o dos éxitos de mayores dimensiones, hubiera pavimentado en gran parte el camino pedregoso por el que hoy avanza.
Le queda la otra mitad de su mandato, y a ella entra con una deuda importante. Van a ser dos años de altísima exigencia para poder dejar algo de legado. Y si un consejo le sirve –si por alguna extraña situación me lee y me acepta la recomendación- le diría que el camino está en ofrecerle una mejora significativa a la vida de los colombianos… de todas las regiones, ojo. Porque estoy de acuerdo con cerrar la brecha entre los territorios para tratar de nivelar a los más olvidados históricamente con el resto de la geografía. Pero tampoco se le puede ir el cuatrienio a punta de posts de X, discursos garciamarquianos para enamorar europeos, y llamados para acabar con la guerra en Palestina, si su población, toda, no se queda con el gusto en la boca de que en el gobierno del cambio en algo se progresó. Y lo sé: hablo desde el privilegio. Pero también desde mi derecho como ciudadano de exigir que mi Presidente funcione.
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