Esta semana, los preocupados por el asunto resaltaron el que llaman ‘día internacional de la Prevención del Suicidio’. No llegamos tarde si pensamos en ella como la celebración de una fecha que se nos extiende a todo el mes, o nos robamos el cliché y declaramos que el día de la Prevención del Suicidio es todos los días.
A pesar del mejor esfuerzo de clínicos y académicos, las tasas de suicidio tienden más bien al aumento. En Colombia “entre enero y julio de 2023 la tasa de suicidios se incrementó en 15,73 % con respecto al mismo periodo de 2022, pasando de 1.564 a 1.810 casos […]. Los intentos de suicidio atendidos sumaron 30.021 casos”. Según la campaña de la Asociación Colombiana de Psiquiatría, los datos de medicina legal reportan 4571 personas fallecidas por suicidio entre 2023 y 2024 1
Más allá de todo tabú, el tema es problemático. Existe aún una gran brecha entre los discursos, las creencias generalizadas —incluyendo las ‘científicas’— y la realidad. El empeoramiento epidemiológico del suicidio es evidencia de un fracaso sistémico y trágico, e indica que se requieren cambios de paradigmas para su comprensión y atención integral.
Es obvio lo que muchos recalcan: antes de cualquier teoría del suicido es necesario que la sociedad se organice por fin, de forma que sea capaz de atender sus necesidades en salud y bienestar en general para facilitar el reto perenne y fundamental de permanecer. De sobrevivir y prosperar.
El protocolo de vigilancia epidemiológica del intento de suicidio del Instituto Nacional de Salud menciona que “la existencia de intentos suicidas en el pasado es uno de los factores de riesgo más importantes para la ocurrencia del suicidio consumado en la población general”2. Pero, de hecho, la mayoría de las personas que realizan un intento grave, aunque no fatal, nunca vuelven a intentarlo y tienen una tasa de supervivencia del 93%.3,4 Algo que puede parecer contraintuitivo ante la noción previa.
Al parecer, en realidad los estados de dolor extremo, desesperanza y otros estados de sufrimiento afectivo y cognitivo insoportables, fluctúan en el tiempo y las crisis suicidas ocurren cuando estos estados alcanzan su punto máximo. Si alguien puede mantenerse con vida durante una crisis suicida, es muy probable que no vuelva a tratar de hacerlo en un futuro cercano o incluso lejano.4
Con los recursos y conocimiento actuales aún es muy difícil predecir cuáles personas evolucionarán de la evolución de la ideación a la acción, y esta fase del suicidio está relacionada con factores independientes a los que facilitan llegar del sufrimiento a la ideación, entre los cuales están la medida en la cual el dolor y la desesperanza generan una sensación de «desconexión» y el acceso, la disponibilidad y familiaridad con los medios suicidas y el panorama las implicaciones de usarlos, como el dolor. Todo lo que se hace parece no funcionar. Es claro que las causas y multiplicadores del problema están más allá de lo que logran los sistemas de educación y salud que nos han dejado en las manos de un psiquiatra normal tapando con antidepresivos a los depresivos, y de un psicólogo de universidad de garaje llenando de lugares comunes a quien padece una historia suigéneris.
La Asociación Colombiana de Psiquiatría recomienda:
–Las imágenes que acompañan este artículo (menos el de las recomendaciones de la Asociación Colombiana de Psiquiatría) fueron tomadas de Pixabay.
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