Por: Mauricio Ruiz Chica
China se nos hace un lugar tan familiar como Narnia. Como colombianos, el gigante se nos convierte en ese paraje exótico donde comen perros y hacen películas de kung-fu. Y no es para menos: No entendemos esa transición entre la Ciudad Prohibida de las antiguas dinastías, la transformación social impuesta por Mao y el tigre asiático omnipresente en el comercio y la industria mundial de hoy en día gracias a la visión de su arquitecto, el señor Deng Xiaoping.
En un principio veía el milagro chino desde redes, cuando empecé a seguir en X al Embajador de la República Popular China en Colombia, el Señor Zhu Jingyang (@zhu_jingyang) quien a través de sus publicaciones mostraba una sociedad que distaba muchísimo de la idea que nos han vendido a este lado del mundo sobre aquel lejano país. Sin embargo, la ventana para ir a conocer de primera mano la nación se abrió en una reunión de trabajo en agosto, en la que pude conversar personalmente con un colombiano residente allí hace más de 25 años, con su esposa e hijos (todos chinos) y que se dedica a facilitar las compras de insumos y materias primas allá para traerlas a sus destinos en este continente. Fue allí donde me invitaron a China, específicamente a la 136 feria de Cantón.
En un principio me pareció descabellado la idea de viajar tan lejos para conocer unas fábricas; una idea que al pisar suelo asiático desapareció totalmente y en un instante. Pero la insistencia del compatriota migrante, ya habiendo leído algunos blogs, y con el impulso de mi esposa y algunos colegas, finalmente dije que sí… una empresa en la que recibí algunos consejos de la señora Hanwen Zhang, muy popular por estos días en X (@hanwenzhang1982):
- Solicitud de la visa: Me quedo corto para describir la facilidad del proceso. Básicamente se diligencian los formularios, se indica la cantidad de entradas solicitadas, el motivo de viaje y las fechas estimadas de ingreso y salida del país. 15 días después, a vuelta de correo, llegaba el documento en el pasaporte.
- Tiquetes y hoteles: En comparación con destinos como Estados Unidos o Europa, China es más barato y la oferta es enorme; lógicamente, todo dependerá de las escalas, la categoría de la silla y el tipo de hotel. Sin embargo, considero que es más competitivo en términos de precio que los otros destinos mencionados.
- El día cero: El aterrizaje en Hong Kong se dio después de unas 34 horas entre vuelos y escalas, con un ingreso que transcurrió dentro de lo normal, y después de una inspección rápida con los oficiales de migración que verificaron documentación, reservas de hotel, destino y duración del viaje.
Hong Kong
Qué buena idea, para uno como occidental entrar por Hong Kong. Con la cantidad de tiempo que operó como colonia británica, quedan trazas en esta urbe de un estilo de vida más cercano y familiar. Hoy en día cuenta con cierta autonomía respecto al territorio continental (Un país, dos sistemas), utilizan el dólar de Hong Kong como moneda oficial y se conduce por la derecha (herencia colonial). No cabe duda que la ciudad es muy desarrollada, posee un puerto que cualquier país envidiaría, una infraestructura impecable, modernos centros financieros y de comercio e incluso un complejo de Disney camino del aeropuerto.
Como buenos turistas, perdimos a uno de nuestros compañeros de viaje en la estación Tung Chung mientras desprevenidamente nos deteníamos a probar unas manzanas del tamaño de un mango; de regreso al hotel en busca de nuestro amigo fuimos nosotros quienes terminamos perdidos al ingresar por una puerta privada a un condominio, donde un amable guarda de seguridad que no entendía que hacíamos allí, nos escoltó de regreso al pasaje público.
La noche de Hong Kong está llena de luces: un skyline de película y una gastronomía muy variada, no podía faltar la visita al mirador, a la estación del tren y el Gran Buda. Y aunque debíamos dormir, no podíamos perdernos la panorámica nocturna de esta bella ciudad.
China continental
El segundo día amaneció luminoso, y la claridad entraba a la terminal por los grandes ventanales formando una cuadrícula que atravesaba la fila de ingreso a la China continental, lo que nos exigió pasar por otro proceso de migración, esta vez en la estación de West Kowloon. Antes de pasar a la máquina lectora de pasaportes, repasaba en mi mente lo que debería decir en inglés, esperando que se cumpliera esa frase máxima que reza que es el idioma universal; sin embargo, cuando puse el documento en el lector, el equipo identificó el país de donde venía y cambió sus indicaciones a español… China siendo China, el resto del proceso se llevo a cabo sin problemas con una amable agente migratoria, quien al final del proceso y con una sonrisa nos dijo en inglés “Welcome to China”.
El viaje hasta la estación de Guangzhou dura poco más de una hora. El tren lucía impecable y a pesar de su velocidad de unos 220Km/h, evidencié que ni el agua del vaso que llevaba en la mesa se agitó. “El futuro es ahora, Mauricio”, me dijo una voz en la cabeza. Algo que comprobé al bajar del transporte: La ciudad es sencillamente magnifica, la arquitectura exquisita brilla en cada esquina con imponentes rascacielos, espacios públicos para el disfrute de la gente que se extienden por kilómetros, con un comercio impresionante, una vida nocturna bastante alegre y un sinfín de sabores y restaurantes en cada calle.
La impresión que me dio la feria fue de absoluta pequeñez. Y yo he estado en ferias grandes: un espacio cercano a un millón 500.000 m2 de expositores repartidos en cuatro pabellones; en sus tres fases la feria básicamente ofrece un mercado al por mayor de todo lo que la imaginación pueda abarcar, desde productos para la construcción, maquinaria y equipo, hasta artículos para el hogar, telas e insumos médicos; sin mencionar por supuesto las nuevas tecnologías y desarrollos.
La organización, logística y las instalaciones son de talla mundial. Los expositores están muy bien preparados, la mayoría habla inglés con fluidez y algunos inclusive español. Y aún así, en medio de ese ambiente tan corporativo, algo me llamó profundamente la atención: era fácil de identificar a quienes eran fabricantes, pues en todos los stands colgaban con mucho orgullo la foto de sus fábricas y la plantilla del empleados y directivos; tal vez un primer acercamiento a la forma de ser cálida de los anfitriones.
Igual sentí la forma de hacer negocios con los chinos por su amabilidad y al ser directos a la hora de negociar. Sin embargo, y debido a la infinidad de oferentes, lo mejor es tener un agente comercial local (en el caso nuestro, Melisa, en su nombre occidental) que facilite las negociaciones, simplifique proveedores y se encargue del proceso de embalaje y despacho; hacerlo por cuenta propia es un riesgo que no vale la pena correr, sobre todo porque los precios y las calidades ofertadas son bastante competitivos.
Mientras visitábamos showrooms de proveedores y fabricantes, Melisa nos contaba pormenores de la vida en China, desmintiendo muchos de los mitos que nos han contado a este lado del charco.
-En Colombia pensamos que vivir en estos sistemas políticos es esperar a que el Gobierno le dé todo a la gente, que no se trabaja o que solucione todo.
-¡Acá se trabaja! Todos trabajamos. Por eso es que algunos consiguen más riqueza que otros, como en cualquier país occidental- me respondió sorprendida.
Ya lo decía el señor Xi Jingping en su libro “Librarse de la Pobreza”: “Un polluelo débil puede tomar la delantera en el vuelo”. Esa frase toma toda la validez del mundo cuando hace solo 40 años China era un país rural, de economía débil y condenado al atraso; sin embargo, lideres como Deng Xiaoping entendieron y aplicaron un modelo que hoy los lleva al éxito en todos los ámbitos y la mayor migración de la pobreza (mas de 800 millones de personas) a una pujante clase media.
-Pero si todo es del Estado ¿cómo hace la gente para acumular patrimonio?- volví a inquirir.
-Los Chinos respetan profundamente la propiedad privada, de hecho se accede a ella a través de unos contratos estatales por 40 o 70 años según pude entender y se pagan impuestos nuevamente agotados estas vigencias.
Habíamos llegado a los restaurantes del lujoso distrito financiero de la torre CTF, en donde, debajo del opulento centro comercial Parc Central, se encuentra un bullicioso mercado popular. Y aunque como colombiano tengo que reconocer que estaba un poco predispuesto a probar la gastronomía local, decidí abrirme a las posibilidades, pedir a ciegas, y una vez consumido, preguntar qué ingredientes tenía. Y no, no comí perro. Es un plato demasiado caro y difícil de conseguir. Pero si hay que reconocer que la sazón es deliciosa y fluctúa entre sabores muy picantes, mezclas con agua del arroz, infinidad de proteínas, verduras, y sobre todo e infaltables especias para condimentar. Eso sí, notamos la expectativa en la mirada de los encargados; una tensión que desaparecía cuando nos veían sonreír y disfrutar de las preparaciones.
Chongqing
Más de 30 millones de personas viven en una urbe bañada por el imponente rio Yangtsé: es Chongqing, la ciudad más cyberpunk que he conocido en mi vida, una mezcla entre Blade Runner, Akira y Robocop… con la notable diferencia de ser un entorno pacífico y tranquilo. El lugar es alucinante: las escarpadas laderas en ambos costados del río no fueron impedimento para levantar esta gran ciudad que desafía toda lógica, en la que puedes entrar por la calle al piso 22 de una construcción y en el que un tren pasa por el piso 8 de un edificio.
En Chongqing el uso del inglés es por decirlo nulo, ni qué decir del español; sin embargo, todas las personas fueron muy amables y siempre buscaron la manera de hacerse entender o de darnos alguna indicación, incluso tomándonos del brazo y llevándonos hasta nuestro destino para que no nos perdiéramos. Y fue algo sorprendente, porque la calidad humana que por lo general se nos reconoce a los paisas en Colombia es comparable fácilmente con la calidez y humanidad de este pueblo, del que en un principio uno esperaría más distancia.
Uno fácilmente se pierde en la inmensidad de estas ciudades, y precisamente caminando guiados por nuestra amable amiga Melissa pregunté por otro:
-Veo edificios supremamente lujosos, al lado de otros que parecen esperar una renovación urbana. Altos ejecutivos viviendo al lado de personas de estrato medio o bajo…
-¿Estrato? ¿Qué es estrato?- me contestó.
-Estrato… o sea…. las clases.
-En China no hay estratos. Hay personas que ganan más y otras que ganan menos, pero no es que haya un barrio para ricos y otro para pobres exclusivamente.
El recorrido me lo confirmó. Mientras nosotros estamos acostumbrados, por ejemplo, a que haya zonas para los más adinerados y otras para los sectores más populares, en China no hay discriminación, y la muestra de esto son los centros comerciales. Compuestos de varios pisos, entras a ellos por una especie de San Andresito y en la medida en la que subes se va sofisticando la oferta, hasta llegar al último nivel donde están las tiendas de Louis Vuitton, Channel, Hugo Boss y Cartier. Y eso no limita el acceso a nadie: todos pueden ascender a este sitio, y vi más de un personaje con pinta de CEO en la planta baja comprando paquetes de fideos para su almuerzo.
En la última noche del viaje, arreglando maleta para mi regreso, me senté en la cama a mirar el paisaje lleno de rascacielos y anuncios de neón, pensando que el viaje (además de los objetivos comerciales que me habían llevado), me habían cambiado en mucho la perspectiva, no solo de cómo considero a China en comparación con el concepto con el que había llegado, sino también de cómo veo a Colombia y en general a todo el vecindario.
En primer lugar, la infraestructura. No me cabe la menor duda que China ha venido preparándose para el futuro, lo tienen todo y en unas proporciones y nivel de servicio que no estamos acostumbrados a ver: grandes autopistas donde prima la movilidad eléctrica, redes de buses, trenes y metros impecables, grandes puertos, túneles por donde se mire. Está claramente pensada para el desarrollo, la comodidad de las personas y la eficiencia en el transporte de bienes y mercancías.
Pero, en segundo lugar y siendo a la vez la reflexión más importante, está la gente. Es su gran valor agregado. No me podría quejar de su amabilidad, puntualidad, sencillez y sobre todo sus cualidades humanas, dejándome una lección por aprender frente a la férrea disciplina y compromiso con lo que hacen y con su gente. Como colombiano me llamó mucho la atención, además, el hecho de no ver policías en la calle y que todo funcionara bien, la sensación de seguridad es absoluta por donde se camine sin importar la hora.
Dos semanas en un lugar es insuficiente para comprenderlo en profundidad… y aún así, lo que conocí, los lugares en los que estuve, las experiencias vividas y las personas conocidas me regalaron una nueva percepción: una en la que un sistema político distinto al nuestro no es el monstruo con el que asustan a nuestras democracias, y que muy seguramente algo han hecho muy bien para tener la gran nación que hoy tienen, un sistema que se preocupa por la prosperidad de sus habitantes es algo que no se puede obviar y que para nuestros lideres mas preocupados por sus índices de popularidad debería hacerlos detenerse a pensar.
Quejas más o quejas menos vendrán con la publicación de este artículo, pero… ¿de qué gobierno podemos hablar sin que haya inconformes? Tal vez sea el llamado Mandato del Cielo (filosofía que reside entre la población más tradicional y que le adjudica la decisión de otorgar o quitar el derecho a gobernar) al que busca rendir tributo el Partido Comunista, y como su secretario general, el presidente Xi Jinping.
Tal vez sea ese imperativo moral por hacer las cosas bien, y que, por infortunio, en estas tierras no es tan habitual. Podría ser un muy buen primer paso para enderezar el caminado. Lo único malo fue el no haber tenido el tiempo y dinero suficiente para conocer más: lugares como Beijing – Shanghai, Wuhan, las extensas e infinitas tierras occidentales y quien sabe cuántos parajes más. Y a quienes nos quieren venderlo como el malo de la película y un paraje oscuro y gris, les puedo decir que se equivocan de cabo a rabo… mientras que a China y su gente solo me queda decir: Xièxiè.
Qué buen escrito, Mauricio.
¡Una prueba más de que la ingeniería y las letras pueden ir de la mano!
Muchas gracias por compartirlo.
Que entretenido relato de viaje. Dan ganas de conocer la China, su cultura, si política y economía