Ah cosa verraca uno enfrentarse a una página en blanco, con el universo entero disponible para hablar de él en una columna, y no haber decidido el tema a la hora de publicar. Es evidente, entonces, que esta columna trata de sacar bien parado al autor, con una reflexión que pretende ser interesante, divertida, enganchadora y viral… en la medida de lo posible.
En esto ha aportado, sin lugar a dudas, el ritmo trepidante que he tenido en las últimas semanas. El sueño de sacar adelante un emprendimiento mientras eres contratista en otra organización, a veces avanza tan rápido que termina sacrificando algo de ti. Más aún, cuando tu proyecto personal te va acercando a iniciativas más grandes en las que no solo queda comprometida tu imagen y reputación, sino también el trabajo de otros. Hecha la salvedad, tratemos de darle un rumbo a este escrito.
A pocos días de que se acabe el 2024, nos llega la noticia por medios internacionales, de la caída de Bashar al-Assad, el tiránico líder de Siria que parecía imbatible, luego de estar sentado en la silla del poder por casi 24 años. Un régimen que, sin embargo, no le representó nada nuevo a la nación árabe: antes del al-Assad había estado presidido por Háfez al-Assad, su padre. El continuismo hacía ver a la familia como una especie de dinastía inamovible, como la de los Kim en Corea del Norte, que ya alcanza a tres generaciones de mandatarios acostumbrados a dirigir el país con mano dura.
La rebelión que terminó de machetazo con la dinastía siria ha sido aplaudida por unos y criticada por otros. Para un mundo polarizado y con amplios escenarios para la expresión y la opinión, esto no debería ser una sorpresa. Hace poco más de 10 años, al-Assad había reprimido de manera brutal y sangrienta, las protestas en contra de su gobierno, por los malos manejos y las acusaciones de corrupción en torno a mantener la presidencia en sus manos. Incluso Barack Obama había anunciado que atacaría a la dictadura si esta seguía atacando a su propia gente de la manera sediciosa que demostró: una promesa nunca cumplida, pese a que al norteamericano no le tembló la mano para bombardear a Yemen, Afganistán, Irak, Pakistán o Somalia, por ejemplo.
Entonces ¿que haya caído el régimen de al-Assad (junto con el jet con el que pretendía escapar) es bueno? Digamos que el hombre no se hacía querer. Pero la pregunta acá es para dónde tira el país. Porque sin querer ofrecer una mirada simplista de la dinámica sociopolítica de la región, para nadie es un secreto que los países árabes mantienen una relación tóxica y a escondidas con el totalitarismo. Específicamente con el religioso. Con el Corán en la mano y una interpretación amañada de este, hemos visto como imanes en naciones como Irán o Afganistán, las han llevado a abandonar sus avances en democracia y libertad, comparables a las de Occidente, para regresarlas a una época de represión y pérdida de los derechos. Algo que, precisamente al-Assad, había representado durante su mandato.
Con esta nos despide (parece) el año 2024. Con la pérdida de un líder que parecía intocable. Una pieza del ajedrez geopolítico que se veía tan estable que nadie había vuelto a hablar de él… por estos lados del globo, por lo menos. Mientras tanto Rusia sigue resoplando vientos de guerra nuclear sobre Europa, Israel sigue impune haciendo lo que quiera con su vecindario, y Trump…
Voy a aprovechar para hablar del anaranjado gobernante estadounidense y su lengua larga y viperina, con la que, incluso sin haberse posicionado en el cargo, empezó a tirar veneno. Entre otros, a su vecino y aliado comercial, México. A los anuncios de que los controles a la migración deberán ser más estrictos al otro lado de la frontera como condición para no disparar los aranceles, la presidenta Claudia Sheinbaum le ha empezado a responder como todos, en algún momento, hemos pensado en contestarle: Si me haces eso, voy a hacer lo mismo contigo. Si expulsas los mexicanos de tus tierras, tus gringos, todos, se van de acá. Y claro, no falta el que se cree de mejor clase y critica a la mexicana por su atrevimiento. Como criticaron a Gustavo Petro cuando le respondió a Reino Unido, que si volvía a solicitarle visa a los colombianos, el haría lo mismo con sus británicos. Ese espíritu, personalmente, me gusta. Ya es hora de empezar a quitarnos la camisa de la vergüenza que nos han impuesto ideológicamente desde las naciones con más poder, haciéndonos sentir indignos por haber nacido en esta parte del mundo. Es hora de empezar, así sea de manera simbólica, a equilibrar las fuerzas y demostrarles, y demostrarnos, que somos tan importantes como ellos.
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