En una época en la que los egresados quindianos de las universidades migraban a Bogotá a buscar un mejor panorama educativo y laboral que en su departamento –donde las puertas estaban absolutamente cerradas-, la primera y más lógica opción era llegar a Chapinero. La localidad era el hábitat de una colonia quindiana que llegaba a impregnarse del distrito capital: Los más favorecidos conseguían un apartaestudio, o compartían apartamento. A otros nos tocó arrendar una habitación.
Y en ese microclima ubicado casi equidistante entre el centro y el norte, con un aeropuerto y una terminal cerca, y rodeados de universidades, casas quintas, bares y estanquillos, giraba la vida. En particular sobre la carrera Séptima, que se convertía en el escenario del esparcimiento nocturno los fines de semana. Tanto residentes como visitantes conocían cómo era darse una vuelta por allí, en algo que con el tiempo se conoció como el Septimazo (un término acuñado incluso por la cervecería BBC para uno de sus productos). Y fue así como nació parte del amor que muchos quindianos le profesamos a la capital del país pese a sus contradicciones y dificultades.
Pero ahora el Septimazo está en sus últimas. Es el tramo correspondiente con Chapinero central el que recogía a jóvenes con ganas de comerse al mundo luego de salir de la provincia (y no la peatonal del centro, ni la del planetario y el parque Nacional, ni el distrito financiero de la 72 pa´ arriba, ni la de las casas sin revocar del Toberín y El Codito), el que parece agonizar a la vista de todos. En torno a la transformación de esta zona y sus dinámicas tradicionales, es que el abogado y fotógrafo Juan Sebastián Galarza Valencia basó el proyecto con el que acaba de ganar el premio de fotografía ‘Ciudad de Bogotá’.
Valluno de nacimiento y quindiano de crianza, el haberse convertido en habitante de la capital desde hace 15 años le ha dado la posibilidad de atestiguar el cambio de lo que alguna vez estuvo tan lleno de vida; de lo que alguna vez ‘smells like teen spirit’. “El tema era retratar un espacio patrimonial, para hacer desde esta serie una mirada crítica al uso que se le da y a las modificaciones que ha tenido. Yo elegí la carrera Séptima y presenté 5 fotos que muestran su estado actual y cómo ha cambiado de 2020 para acá”, explica.
-¿Y por qué la Séptima?- le pregunto.
-Porque es la columna vertebral de la ciudad. Desde su fundación, existía allí el camino de la sal, que comunicaba con las minas de Zipaquirá. Sobre ese eje se construyó la Calle Real (tan tradicional en la cuadrícula española de nuestras ciudades en Colombia), luego por allí se pasaba el trazado del tranvía, y a principios del siglo pasado se pavimentó. Ha sido una vía muy importante y emblemática, con usos residenciales, comerciales y de alto flujo de peatones y apropiación del espacio público.
-¿Y ahora qué pasa?
-Luego del encierro de la pandemia me hacía falta salir y empecé a hacerlo con la cámara fotográfica. Siempre había retratado aspectos del centro histórico, pero no de esta zona, que ha sido siempre mi lugar de residencia. Y me empecé a dar cuenta de un decaimiento general, primero por el golpe económico que el Covid tuvo y que hizo que cerraran negocios y que la gente dejara de usar el espacio público como se hacía antes. Pero también existe otro fenómeno…
Y es que una de las grandes problemáticas del distrito es su movilidad. Ante la esperanza mil veces pospuesta de tener un metro, la respuesta ha sido el fortalecimiento de Transmilenio, que debería servir como alimentador del metro, mas no como respuesta definitiva. Y en este proceso fue que una administración distrital anterior decidió extender una línea de los articulados rojos por la Séptima.
“Con este propósito se adquirieron bastantes edificaciones desde la Javeriana hasta la 63, casi por Lourdes, para la construcción de una de las etapas del proyecto (que nunca se concretó): Hubo cierres, tapiaron las ventanas y puertas para evitar invasiones (aunque se dieron en algunas partes), y desde el año pasado se inició con la demolición de esos inmuebles. Esto ha traído consecuencias como la desertificación del espacio público, porque donde no hay comercio, ni uso residencial queda muy solo y a la gente le da miedo transitar”.
La dinámica ha cambiado incluso desde el punto de vista residencial, agrega: De ser un lugar para estudiantes y profesionales jóvenes, parece estar mutando por la incertidumbre de lo que le depara el futuro, así como por el alza en los precios del metro cuadrado (Ajá, la gentrificación no es un fenómeno exclusivamente paisa).
“Entonces la serie fotográfica, que fue reconocida por el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural habla de esas dinámicas de transformación. Las imágenes las venía ya trabajando en un proyecto de largo aliento que arrancó en 2021 sobre Chapinero, con el que busco dos cosas: exponer el trabajo en formato de exposición individual para presentarlo, porque es algo que no ha tenido difusión. Y llevarlo al formato de fotolibro, aunque en Colombia este no es un producto cultural de gran circulación… pero empieza a haber más trabajos alrededor de estos productos, incluso con pequeñas editoriales”, comenta.
Entonces, un reconocimiento a Galarza por prestar su mirada, a la vez tan propia y tan forastera como para poder fotografiar la crisis de lo que muchos en este terruño reconocimos como la Bogotá que nos abrió las puertas a los quindianos durante años. Porque puede que del Septimazo solo quede la nostalgia y estas fotos, para honrar lo que alguna vez representó.
Nota: Las fotografías que aparecen en este artículo hacen parte de la serie fotográfica de Sebastián Galarza, pero no son las galardonadas por el premio de fotografía ‘Ciudad de Bogotá’. Por cuestiones legales y de derechos que no alcanzamos a resolver con el Instituto Distrital de Patrimonio Cultural, decidimos entre el medio de comunicación y el entrevistado, utilizar otras para evitarnos líos.