Lo hablábamos con una amiga: por ahí en 2016 Armenia estaba muerta. Recordamos salir a recorrer las calles un viernes o un sábado por la noche y toparnos de frente con calles vacías teñidas de melancolía y desesperanza. La falta de oportunidades y el desempleo habían pegado tan fuerte a la comunidad, que la ola migratoria a otras ciudades había expulsado a más gente que el mismo terremoto del 99. Y nos sentíamos solos, únicos sobrevivientes de una debacle; los que nos habíamos quedado a sembrar entre los escombros.
Y un día, en medio de la cotidianidad gris que envolvía la ciudad, emergió una posibilidad. Tan exótica que necesitaba de dos cabezas recién repatriadas para poder imaginar otro futuro. Cuando nos citaron a un edificio en el marco del CAM (y que había funcionado por años como un hotel de mala muerte) asistimos extrañados, más con curiosidad que con convencimiento. “Vamos a hacer un makerspace”, nos dijeron Hernán Darío Álvarez y Nicolás González mientras mirábamos desde la terraza la cara más popular del centro de Armenia.
Siguiendo conceptos desconocidos en la época en esta región y con la ubicación más exótica imaginable, nacía La Galería. Un lugar que en solo 6 años le cambió el pensamiento a muchos y se convirtió en la semilla de una cascada de emprendimientos y negocios, pero también de movimientos ambientalistas, sociales, culturales y políticos.
“Hay que agradecerle a Hernán la cuestión del sitio en el centro de la ciudad. Cuando empezamos a buscar el lugar para la iniciativa yo quería hacerlo al lado del restaurante El Solar. Pero él me decía que necesitábamos un lugar adonde llegaran todos los buses de Armenia”, comenta González. Y aunque fue lindo arrancar en un pulguero, había problemas, sobre todo para salir tarde al CAM. Entonces apareció una casa en el parque Sucre, la primera de dos contiguas que con el tiempo se unirían para completar el espacio. “Es un lugar de encuentro, por acá se hace la vuelta del banco, de la notaría, de la Gobernación. Cumplimos con uno de los requisitos de un negocio y es una buena ubicación para todo el público”, añade.
Un experimento tan singular que no ha podido ser replicado luego de su desaparición. Pero la idea se mantiene. Y hablando con algunos que la vivieron desde su primer hasta su último día, una idea a la que le apostarían de nuevo.
Testigos y protagonistas hasta el último día
Al frente mío tratan de organizar sus ideas Diego Torres, ilustrador, tatuador, fotógrafo, publicista y ahora docente (¿qué no ha hecho este señor?); Danilo Bocanegra, el videógrafo, docente y 50% del cineclub La Galemba; Nicolás González, profesional en Gobierno y Relaciones Internacionales, empresario gastronómico y administrador de fincas. De los que siempre frentearon faltaron el ingeniero electrónico Hernán Darío Álvarez, que no llegó a la cita, y Árlex Parra, impulsor de la radio on line en el Quindío (y al que olvide citar, mala mía). Todos estuvieron desde el primer hasta el último día de La Galería.
¿Cómo definirían a La Galería? La respuesta es elusiva, lo sé: es difícil resumirla en una sola descripción.
-Cuando pensamos la idea con Hernán creíamos que era como poner una antena para recibir propuestas de trabajo en un mercado tan limitado como este, y lo que hicimos fue tomar un esquema ya existente que era los makerspaces (espacios para el trabajo colaborativo enfocado en tecnología y fabricación y diseño en 3D)- describe González -pero como en Armenia la inclinación por la industria es pequeña, aprovechamos el modelo y lo tropicalizamos, para construir el sustento social. Terminamos con un espacio de convergencia de personas con alguna idea de su oficio o quisieran hacer algo como proyecto de vida, en un espacio con los recursos necesarios para llevarlo a cabo.
Torres coincide. “El espacio era tan flexible y permeable, que cada iniciativa le daba un tinte diferente. Si llegaba alguien con bisutería, el espacio se tinturaba de bisutería. Éramos una congruencia de puntos de vista, de muchas miradas, y el espacio asumía esas miradas”. Bocanegra se sincera: “En un principio fue la posibilidad de tener un espacio de trabajo ajeno a mi casa. Con el tiempo me di cuenta que se podía trabajar con otros, despojándome de egos (algo raro en Armenia). Eso hizo que se creara una comunidad; en algún momento alcanzamos a ser como una familia”.
Una casa de locos
¿Nos pusimos empalagosos? Puedo confirmar que dicen la verdad, que cuando se habla de familia no es como cuando se usa la palabra en una charla motivacional de la empresa. Lo puedo hacer porque fui parte del colectivo. En la casa cada uno tenía una oficina en la que trabajaba, pero también se colaboraba con proyectos de los demás. Se tuvo cineclub, se hizo huerta comunitaria, se diseñó un marco de madera para una bicicleta, se rompió un Guinness Record de interpretación de conga, se armaron fiestas, pataconazos, festivales de performance, clases de cocina para niños, festivales cristianos, Marchas Carnaval. Estuvieron desde Jesús Santrich hasta Germán Vargas Lleras. Allí nacieron Café 360, El Cacharrito, Tuk Tuk. Se tatuaba, se cortaba el cabello, se hizo el periódico de la Cámara de Comercio, se gestaron campañas políticas, operó Calle Bohemia. Inspiró iniciativas como Pan Rebelde, Yukasa, Casa Creactiva; el mismo Cuyabran Post lleva su ADN…
“Arrancó como una posibilidad, pero como se abrió a todos las opciones y escenarios, terminó creando su propia identidad. Una de las cosas que más valoro es que se volvió parte del circuito cultural de la ciudad, éramos referentes de lo que pasaba en la ciudad, y eso enriquecía la mirada de los participantes del espacio”, añade González. “La palabra Convivencia es esencial porque porque nos obligó a volvernos tolerantes con personas con las que no congeniábamos desde la forma de pensar, personales y hasta políticas”, complementa Bocanegra.
Es el videógrafo el que recuerda el día en el que nadie tenía para comprar almuerzo y David Montoya (empresario del agro propietario de Ecogranja Primavera) llegó con unos fríjoles y una auyama. “Almorzamos como a las 3:00 de la tarde porque no teníamos ni olla pitadora y vaya ablande esos fríjoles”. El cuento se regó por la comunidad y empezaron a surgir almuerzos comunitarios en los que todos colaboraban con algo. Fue tal el éxito que algunos invitados ajenos a la casa empezaron a pedir ampliarlos a la comunidad, y por un par de veces se vendió patacón verde con salsas hechas por cada una de las organizaciones miembro.
“Empecé a mirar, qué, de lo que ensayábamos, podía funcionar comercialmente, y me dí cuenta que el tema de la comida funcionaba”, confiesa González, hoy propietario del restaurante Tuk Tuk en Filandia. Para mí fue un prototipo social y económico en el cual examinar actividades económicamente viables. Fue como una incubadora”. Bocanegra recuerda a Mauricio Hoyos “y su trabajo durante semanas fue sentarse en una silla a pensar. De ahí salió El Cacharrito”.
El día en que se resquebrajó
La confluencia de tantas miradas, tantos procesos, tanta diversidad, terminó haciendo ebullición y reventando el caldero. Y mientras La Galería cerraba, los grupos que habían hecho match por sus planteamientos y actividades tomaron camino aparte para abrir otras ‘galerías’. Fue un momento en el que parecía que el modelo se iba a multiplicar en diversas casas de coworking. Hoy –hasta donde me alcanza la memoria- no queda ninguna.
“No consideramos que seamos el punto de partida para ellas, pero sí que el pensamiento de la ciudad fue permeado con el concepto de trabajo colaborativo. Nosotros le apuntamos a un nicho de mercado que no estaba definido: era una puerta abierta para quien quisiera. Personas con un perfil muy amplio. El problema de los sitios que nacieron luego es que estaban muy especializados, y eso en una ciudad tan pequeña, hace que el mercado sea muy reducido”, explica Torres.
De hecho, el modelo, luego de ‘tropicalizarse’, trató también de ser implementado por entidades como la Cámara de Comercio, Parquesoft o la Alcaldía de Armenia. Los tres concuerdan que mientras las iniciativas más sofisticadas y corporativas contaban con los recursos de los que careció La Galería, fallaban en no tener la estructura social que era la base para que funcionaran los proyectos. El hecho de que además de pagar el canon de arrendamiento (uno absurdamente bajo), los miembros se tuvieran que hacer cargo de cosas como el aseo del inmueble, generó capital social difícil de alcanzar para una persona “si no le duele la casa”.
-Bueno, pero ¿La Galería se acabó por falta de plata?
“En un principio con Hernán planteamos la dinámica, pero la gran revolución que hay que reconocerle a él, es que ideó la forma para que se autosostuviera y no tuviéramos que sacar plata de nuestros bolsillos, sino que con lo que se recogía se financiaba el mínimo viable, pero no como un modelo económico propiamente dicho. En gran medida fue lo que unió a la gente porque todos sabían que no nos estábamos lucrando de esto: a mí nunca me dio para tomarme un café, me dio para tener dónde tomármelo”, confesó González. “No nos dio plata, antes nos quitó”, añade entre risas Bocanegra.
Eso hizo que nunca se tuviera la posibilidad de tener una especie de administrador. Simplemente no había con qué pagar por su trabajo. Y mientras en su momento se pensó como un ideal deseable pero no absolutamente necesario, mirando hacia atrás la experiencia todos reconocen que fue la falta de esa figura la que terminó con el colectivo. Aún así, todos se plantean regularmente cómo sería abrir de nuevo. Porque las ganas subsisten, porque Armenia lo necesita, porque durante esos 6 años La Galería irrumpió en una sociedad medio pacata, conformista y por qué no decirlo, clasista, y le abrió el espectro a una generación que hoy adelanta iniciativas con altos niveles de innovación en todos los ámbitos. Necesitamos una Galería, las universidades la necesitan, los Gobiernos lo necesitan. Y no todo está perdido; de hecho, la original nació de una conversación tomando tinto muy parecida a la de esta entrevista.
De antemano mil disculpas a todos los que pasaron por el espacio y no fueron entrevistados. Entenderán que La Galería da para un libro entero…
Qué chimba La Galeria!!, qué gran nostalgia me da recordar todos esos buenos momentos de mi vida que ocurrieron allí. Saludos a todos! Gracias!