¡Qué vergüenza!

¡Qué vergüenza!

En mi ser solo hubo tristeza y silencio cuando el árbitro Raphael Claus pitó el final del partido. Fue una nueva derrota en el fútbol, y se apagó aquella ilusión que teníamos los colombianos de quedar campeones de América de nuevo, luego de largos 23 años sin repetir un campeonato.

Quede con el sinsabor de que tuvimos, desde mi punto de vista, el mejor equipo, pero no la copa.

Sin embargo, el punto de esta columna no es hacer lo que la gran mayoría de personas está haciendo desde ese día: darle las gracias al equipo o seguir criticándolo por no ganar. El motivo de esta columna es, a partir de los comportamientos de muchos colombianos previos al partido en el estadio de Miami que vi por televisión y redes sociales, en presencia de personas muy importantes para mí, señalar y recordar que hace mucho tiempo tocamos fondo como sociedad, más profundo de lo que creemos, pero sin duda de que hay que cambiar e ir hacia arriba.

Qué absoluta vergüenza me dan los compatriotas que fuera o dentro del país nos hacen quedar mal.

Al ser colombianos somos representantes de una colectividad y cualquier mala representación debe ser objeto de reproche y señalamiento por el resto de los connacionales. Día a día, desde hace muchos años, la gran mayoría de los colombianos nos levantamos para mejorar nuestra sociedad: haciendo las cosas bien, cumpliendo nuestros deberes y ejerciendo nuestros derechos dentro de nuestras libertades sin afectar los derechos de los demás.

En el extranjero, sucede lo mismo: muchos tenemos amigos o familiares colombianos que migraron para tener una mejor vida en tierras lejanas, y hacer las cosas bien para contribuir al cambio y no seguir con el estigma de tramposos, ladrones, entre otros calificativos, que pueden insertar en los comentarios.

Y no es que en otros países no se presente este tipo de situaciones. Incluso en los “más civilizados”, como en Alemania durante la Eurocopa, vi videos de hinchas de todas las nacionalidades dándose puños en la cara en varios partidos, pero eso es harina de otro costal, y a mí me importa mi país y mi gente.

En redes sociales observé muchos videos con imágenes semejantes a las que pasan casi siempre en los eventos en nuestro país: mujeres y hombres de todas las edades intentando colarse en las filas y gente tumbada por los tramposos. Pero también vi otros que rayan con lo absurdo: uno de una familia con niños, uno de ellos en un coche, donde se metían al estadio por una reja y alzando el coche para pasar con todo el grupo familiar; y el otro, muchos metiéndose por ductos de ventilación como si fuera cualquier película de Tom Cruise.

Y eso no es todo, por si parecía poco; qué tal el presidente de la Federación Colombiana de Fútbol, Ramón Jesurún, y su hijo, detenidos por agredir a personal de logística en la final. De nuevo, ¡qué puta vergüenza!

Y como se ha demostrado, lastimosamente, esto no es cuestión de edad, género, religión, estrato o grado de escolaridad. Esto es cuestión de cultura.

Gente, tenemos que cambiar, no podemos seguir igual. Tenemos que cambiar esos comportamientos y no aceptarlos de parte de otros, los mismos que no le hacen bien a la sociedad. Colombia y su gente debe cambiar ese aspecto cultural.

Lo anterior, suena a una verdadera utopía. Pero como he hablado con mi mejor amigo: si no perseguimos la utopía, entonces ¿qué perseguimos?


  • Las fotos que acompañan esta columna son de Matador (instagram.com/matador000) y Bacteria (instagram.com/eltajalapiz)
  • Las opiniones plasmadas acá no representan puntualmente la postura del medio de comunicación

One thought on “¡Qué vergüenza!

  1. Completamente de acuerdo contigo cada uno de nosotros en el exterior somos embajadores de los demás y según nuestro comportamiento nos medirán a los demás.

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