El uso terapéutico del cannabis sigue en el estancadero junto con la «industria». Mientras a los adeptos más radicales de la medicina basada en la evidencia, nadie les publica aquel metaanálisis de estudios clínicos controlados con el diseño perfecto para el mercadeo de la eficacia, los signos de estancamiento y marchitamiento de la industria del cannabis colombiano son tan evidentes como nuestro atraso cultural en el tema de la marihuana y las drogas (la hipócrita paradoja del país rey de la cocaína).
Sin la regulación del uso adulto no se verá el repunte de ninguna faceta productiva; en este punto es indiscutible que la demanda por la indicación médica es muy marginal o nula; por un lado, por la mencionada carencia de evidencia hardcore en la mayoría de las indicaciones para las cuales se promociona como una panacea, y por otro, porque los médicos que lo ignoran todo sobre la hierba son tan abundantes como los de caligrafía espantosa.
He intentado buscar en la comunidad personas que se puedan beneficiar del abordaje clínico del papel del cannabis en su salud y lo único que he encontrado ha sido gente «sana» queriendo darse el lujo de transitar los aeropuertos domésticos con marihuana sin encaletar o necesitando hacer frente a problemas penales derivados de conductas, no solo ilegales, sino profundamente estúpidas.
La verdad, una cosa es la vocación del médico y otra la del abogado penalista. No soy de los que se busca negocios en las áreas grises de lo legislativo, no me veo “poniéndole la firma” a las excusas médicas de los antisociales, y mucho menos inventando indicaciones para que usuarios habituales sin requerimiento médico puedan ir y ser despachados en los dispensarios que nuestra cultura puritana no han dejado prosperar.
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