Dos maletas de 25 kilogramos cada una hicieron parte del equipaje de Catherine Rendón en su viaje a México. Eran dos maletas adicionales que no llevaban nada suyo; estaban llenas de cuadernos, papeles y fotografías ajenos. Dos maletas que fueron su compañía mientras esperaba recluida a que la pandemia del Covid-19 se paseara por las calles con una hoz en la mano.
¿Puede haber algo más absurdo que pagar por equipaje adicional, lleno de cosas que no son propias, en un viaje internacional?
– Fue un ejercicio de patafísica. Así lo hubiera hecho Memo- me responde. Y supongo que tiene razón. El Memo del que hablamos es Guillermo Vélez Mejía, artista plástico quindiano fallecido en 2016. El dueño de los enseres que Catherine trasladó 3.700 kilómetros para adelantar su trabajo de investigación, que giró en torno a la memoria de un creador que, definitivamente, no tiene el reconocimiento que debería.
“Cómo explicar lo qué es la patafísica”, le pregunto. “Más que un concepto, es una filosofía de vida”, me explica. Se le llama la ciencia de las soluciones imaginarias, y nació a finales del siglo XIX con Alfred Jarry, cuando escribió ‘Gestas y opiniones del Doctor Faustroll, patafísico’, sin saber que estaba gestando un movimiento artístico que se basaba en burlarse, justamente de las vanguardias que nacían cada 3 años en el viejo continente de la época. “Si uno lo ve con un poco de racionalidad puede creer que está gente está frita, porque tienen un calendario propio, o un consejo mundial donde hay un presidente que hace un tiempo era un cocodrilo. Pero en su concepción, son las excepciones las que los rigen, y si uno lo piensa desde la racionalidad, termina teniendo sentido: Ante tanto mierdero que hay ¿qué le queda a uno? Lo creativo. No está tan descabellado. En una conferencia, Brigitte Baptiste decía que ante la crisis ambiental y climática, solo nos quedaba la patafísica”.
El concepto estaba tan interiorizado en Memo Vélez, en Ceculpa (la residencia donde vivió sus últimos años ubicada en Filandia), en la manera en la que convirtió sus herramientas en obras de arte, en la que pintó con colillas de cigarrillo, que asomarse a su obra y su vida es entrar a todo un universo, surreal, de capas superpuestas que se develan con el tiempo. “Su obra me parece que es monstruosa sin que por eso deje de ser bella”.
De esa exploración surgió el libro ‘El Gesto Desnudo – Guillermo Vélez Mejía’, escrito y editado por ella y en cuyo diseño editorial participó la hija del artista, María Paz Vélez. Un libro grande, portentoso y lleno de material gráfico. “Gran parte del concepto de diseño viene de ella. Este título termina siendo un homenaje, desde el amor de la hija, y mío desde la amistad”.
Nadie es profeta en su tierra
Antes de la entrevista, me doy una vuelta por internet para conocer un poco más de Memo Vélez. Lo reconozco: como el gran público actual, su nombre es una interrogante. Encuentro un artículo del diario El Colombiano: “Nacido en Armenia el 24 de enero de 1955, su pintura, que se circunscribe en el neoexpresionista, fue conocida por públicos de muchas partes del mundo, porque participó en bienales y muestras de arte en Noruega —país donde obtuvo el Premio del Jurado, en la VII Bienal, en 1984—, Alemania, Cuba, Polonia, Portugal, Estados Unidos, Yugoslavia y Colombia (…)Recibió, entre otros galardones, el Premio Trienal Intergrafik, Berlín, RFA, en 1990, y el Premio en el VIII Salón de Artistas del Viejo Caldas, Manizales, Colombia, en 1983. Fundó el Centro de Cultura Patafísica, en Finlandia, Quindío, dedicado al teatro, la pintura, la tertulia, el chisme y el tejido de punto”.
Catherine, sin embargo, lo conoció en vida y logró hacer amistad con él. “El recuerdo lo tengo latente: había unos amigos que eran amigos de Memo en Filandia, y uno de ellos me dijo “Camine donde el vecino, es un pintor, y se lo presento”. Él tenía 3 perros que tuvo que entrar porque armaron una algarabía impresionante, pero les hablaba con mucho amor. Era de una amabilidad desbordante. Tenía unos 55 años, ya era canoso, fumaba sin parar, hablaba durísimo y todo el tiempo te interpelaba… sin filtros, uno a veces es muy tímido para preguntarle a la gente cosas de su vida, no por desinterés sino por pena, pero él era sin filtro”.
La ropa siempre untada de pintura, un corazón pintado en la camiseta a la altura del pecho, los cordones de los zapatos de diferentes colores, daban cuenta de lo que era la casa en sí: “Estaba llena de sus obras en todas las paredes, la cocina era un lugar abierto que no estaba separado de la sala: era un espacio social del que luego comprendí su importancia, porque era su lugar de experimentación y sabor, porque amaba cocinar.
Aislada en México mientras el mundo se asomaba a una debacle, Catherine redescubrió a su amigo en medio de su colección privada de fotos, diarios, cartas, recortes de prensa. “Cuando lo conocí ya estaba muy distanciado de los circuitos oficiales del arte, que te permiten circular, exponer, salir en la prensa. Pero cuando me interno en este archivo me doy cuenta que en los 80 y 90 Memo había salido en todos los periódicos nacionales (incluyendo un artículo firmado por el periodista Euclides Jaramillo Arango), había viajado a un montón de países europeos, y había tenido un nivel de exponencialidad tremendo del que se aleja en algún momento para entrar en una especie de olvido cultural y social por parte de su comunidad”.
Una obra compulsiva, insaciable e inconmesurable
El redescubrimiento no solo fue a su trayectoria vital, sino también a su legado en la plástica del país y mundial. Las diferentes etapas por las que pasó registran una inquietud del autor, una rasquiña incesante por encontrar nuevos lenguajes.
“Quedé impresionada al ver su archivo pictórico y sus primeras pinturas, no podía creer que fueran de Memo: son limpios, hechos en óleo pastel, de solo rayas. Eso luego se transforma en otra serie con rostros deformados, que él dice que no son rostros sino gestos, y empieza a aparecer esa identidad que hace reconocible su obra. Pero también tuvo una época con rostros en primer plano delante de baldosas de las fincas cafeteras de antaño; luego aparece una serie de obras que, entre mancha y mancha esconden un montón de rostros mirándote cuando te alejas. Luego vuelve al paisaje pero un poco naif, con un montón de figuritas en pelota. Tiene además, obras en blanco y negro que son medio oscuras, de rostros deformados con unos ojos muy nítidos que te asustan. Y en su última época vuelve a revisitar esos estilos”.
-La obra más conocida para las generaciones más jóvenes debe ser la del indio Pielroja…
-Es una obra muy importante. En su casa Ceculpa, que era como una galería patafísica frankensteniana, en el centro de la casa, en el corazón, estaba esta serie, de cerca de unos 30 cuadros que es todo un homenaje al cigarrillo Pielroja. Y hay un manifiesto llamado ‘Fumando espero’ que dice “Aquí se puede fumar, fume si puede, siéntese, prenda el cigarrillo” y empieza a hacer una retahíla de la acción de fumar y la importancia del cigarrillo en relación con su quehacer pero también de otros poetas.
Así como Warhol hizo con la sopa Campbell, Memo Vélez convirtió al indio de Ricardo Rendón y Enrique Wolkmar en un artículo de arte, y de allí saltó como artículo pop en el entorno de la moda. Fue una época en la que prácticamente todos teníamos una camiseta con el logo impreso. Lo más probable es que no haya sido intencional; la misma personalidad compulsiva que lo llevó a coleccionar colillas de cigarros ya fumados para construir rostros, a construir elaboradas estructuras con papelitos salidos de las cajetillas, hablan de una compulsión más fuerte que terminó saliendo a modo de arte.
– Esta obra donde fuera más conocida resonaría un montón con las obras derivadas de otros íconos. En algún momento, haciendo el libro, temí por una potencial demanda de la Phillip Morris, que era la dueña de la marca, porque incluí una obra precursora, que data de 1995, en donde, en una parte aparece la carita del pielroja… Pero me arriesgue, un poco lo que hizo él, cuando hizo varias veces cartas (incluso en video) que envió a la compañía, pero nunca le respondieron.
Evento canónico: tener tu propia editorial
Luego de 5 años de investigación y tratando de hallarle un orden a semejante universo, Catherine Rendón encontró en su apartamento en México, la manera de presentarlo. Y vio que desde donde hoy se halle, Memo le picaba el ojo para que se lanzara con un sueño que él mismo iba a apadrinar.
-Este libro fue un parteaguas en decisiones vitales. He trabajado alrededor de los libros y las bibliotecas y siempre había querido hacer una editorial, idealizando la labor de hacer proyectos editoriales que sirvan como un puente para generar una conversación, un taller, un descubrimiento. Y luego de publicar desde 2012 la revista Corónica, decidí migrarla a un sello editorial, que nace con la bendición de Memo Vélez, con este primer libro que fue hecho a nuestro antojo: un libro arte.
-Es un libro grande… ¿Cómo fue la experiencia de estrenarse en el mercado con un producto tan complejo?
-Pues se pudo financiar porque ganó una beca del ministerio de las Culturas, las Artes y los Saberes para la publicación de libro de artes plásticas o visuales, y eso amortiguó los costos de producción. Luego se hizo una preventa, lo que me parece un milagro y es que la gente compre un libro a ojo cerrado, es como comprar humo y que luego le llegue el producto, con riesgos enormes en cuanto a que la obra salga tal cual, que se respete el artista, que haya fotos lindas. Y estuvo lleno de miedos: de fracasar, de que la gente no lo compre, que si no recojo la plata qué hago… pero esos temores fueron cayendo y demostrándome que sí se puede.
Por lo pronto, existen dos versiones del título. El que comercializa por canales directos Corónica y que es la versión de lujo, con tapa dura y material gráfico adicional que salta al lector por sorpresa al pasar por sus páginas. Y está la versión de tapa blanda, de excelente factura y que fue posible gracias a la cesión de los derechos tanto a la Universidad Veracruzana, de México, como a la del Rosario, en Colombia. Esta edición es claramente, más fácil de encontrar en el comercio.
-¿Qué viene en adelante Catherine?
-La idea es empezar a trabajar en otros proyectos; ya hay varios en camino. Hay un interés muy particular de que en nuestra colección transite un híbrido de todos los diálogos: el arte, la literatura, la poesía, de una manera interconectada. Esperamos prontamente tener noticias- me dice. Me la imagino encerrada en su cuarto de un país extraño mientras el planeta enfrenta un pequeño apocalipsis, con dos maletas de archivo, preguntándose qué era lo que estaba haciendo. Y recordando que ante la crisis, solo nos queda intentar lo que nunca se ha intentado. Puede que su historia y la de su protagonista, sean el claro ejemplo de que la patafísica nos recita verdades susurradas desde el absurdo.