El cuidado de los padres es un acto de responsabilidad.. Y en ocasiones un salto de fe.
Mateo Cárdenas regresó a Armenia luego de 15 años de trabajar en su carrera musical. Había logrado, en Bogotá, avanzar en una profesión en la que no se tiene una ruta clara hacia el éxito. Y durante década y media había labrado un nombre importante en los escenarios musicales, primero como músico de estudio y luego al frente de su propia banda, sonando en emisoras comerciales y a punto de lanzar el álbum con el que –de acuerdo con lo que cuenta- muchos esperaban que alcanzara el reconocimiento a nivel continental. Fue ahí cuando su madre enfermó.
Regresó, y vio que la ciudad no cambiaba mucho. Revisitó con una sonrisa nostálgica las esquinas en las que jugaba de pequeño. Y se dijo a sí mismo que un par de semanas con su madre en la ciudad que lo vio nacer le servirían como un respiro para retornar a hacerse cargo de su carrera. De eso, van más de 6 años. Su banda se desintegró, su nombre fue olvidado de los circuitos de conciertos, dejó de componer y de interpretar. “Somos mi madre y yo en la casa. Pasé a encargarme de sus vueltas con la EPS, a hacer el oficio y a comprar el mercado”, afirma.
Mateo hace parte de una población cada vez más abundante en el Quindío: personas que encontraron el éxito en otras ciudades y que el cuidado de sus padres adultos mayores los obligó a regresar. En esta dinámica, no han hallado en su gran mayoría el nivel salarial que manejaban, ni las oportunidades laborales que se ajusten a su perfil. Su vida profesional y social se truncó. Y aunque lo hacen con cariño y el pleno conocimiento de la responsabilidad que les atañe, no pueden evitar un silencioso suspiro de frustración en las noches estrelladas.
Country for the old man
En el Quindío se presenta una situación particular con la evolución de su demografía: es un departamento con altas tasas de envejecimiento. La situación ya fue retratada por el Dane en 2018, en el Censo Nacional de Población y Vivienda, en el que se establece que, en el Quindío por cada 100 jóvenes entre 0 y 15 años de edad, hay 72.9 personas mayores de 65 años. Y en esto se conjugan dos situaciones: La falta de oportunidades laborales para jóvenes ha hecho por décadas que las nuevas generaciones altamente capacitadas migren a ciudades más grandes mientras sus padres se quedan en la casa familiar. Y el enorme atractivo que el Quindío ofrece a pensionados como destino de segunda vivienda suma a la ecuación: En la medida en la que salen jóvenes del departamento, llega población de avanzada edad, recomponiendo la dinámica social del territorio.
“La casa de los abuelos era el punto de encuentro de toda la familia para compartir. Hoy los proyectos de vida han cambiado, y ese punto de encuentro ya no se ve”, señala Silvana Rubertone, gerontóloga adscrita a la secretaría de Familia del departamento. Los hijos forman una vida adulta en otros lugares, pero cuando los padres envejecen o enferman, la responsabilidad se queda en manos de alguno de sus hijos. En el rango de la responsabilidad que puedan adquirir con sus familiares, las actuaciones van desde quienes los abandonan, a aquellos que pagan un cuidador o un refugio -de los varios que se pueden encontrar en un rango de tarifas-, hasta los que deciden encargarse de manera personal con el cuidado.
Volver a la casa familiar tiene sus dificultades
“El adulto mayor tiene necesidades emocionales que deben ser cubiertas por la familia, como red de apoyo emocional. Y esto se ve mucho en las sociedades latinas. Pero la responsabilidad recae en una sola persona, por más que reciba un respaldo económico del resto de la familia. Incluso es un tema de género, porque, por lo general se cree que es un tema más de mujeres”, explica Rubertone. Y aunque con el tiempo más hombres han asumido el deber ignorando el componente de machismo que puede estar involucrado en la discusión, Mateo cree que en cierto modo al cuidador masculino esta situación lo puede afectar más: “No es lo mismo, si conozco a alguna niña, decirle que vayamos a mi apartamento, en donde vivo solo, que decirle que vayamos a la casa familiar y no hagamos mucha bulla para que mi mamá no se despierte. Creo que, en alguna medida, y dependiendo también de la pareja, el vivir con los padres a esta edad ‘baja puntos’”, expresó.
Para Érika Carvajal, comunicadora social y periodista especializada en Producción Audiovisual y Narrativas Audiovisuales, con trayectoria en Bogotá, Medellín, Manizales y Buenos Aires, la convivencia con los padres luego de haber salido de la casa paterna o materna “es complicado porque uno ya tiene sus cotidianidades, su manera de vivir totalmente distinta, otra forma distinta de hacer las cosas; aunque los padres saben que uno lleva una responsabilidad cada vez mayor con ellos, hay otras en las que sigue siendo el hijo, y hay que responderles como si uno tuviera 14 años. Entonces el juego es seguir haciéndome cargo de ellos, pero sin perder mi autonomía, ni mi independencia. Y aunque cuando voy a viajar busco quien los cuide mientras estoy afuera, o que eventualmente vuelva a vivir con una pareja, también es cierto que en este momento lo pensaría más de una vez si me resultara la oportunidad de irme a vivir a otro país”.
Pero no es el único aspecto de la vida que se puede ver afectado: lo laboral es otra dimensión que también puede resentirse. Julián Vergara trabajaba como analista de mercados de una entidad bancaria en Bogotá y ahora reside en Quimbaya, donde vive su padre, con signos tempranos de alzheimer. Sus hermanos viven fuera del país con sus esposas e hijos, y él acababa de separarse. “No me imaginaba mandando a mi papá a un ancianato, y luego de dos años de estar buscando, me resultó trabajo en Armenia, aunque por menos sueldo. Hace un par de meses un amigo me preguntó si me podía recomendar para un rol más alto que el que tenía, un trabajo en el que podría escalar, pero decliné. No fue una decisión fácil; estoy en la época productiva de mi vida y cada año que pasa es un año en el que me pongo más obsoleto para el mercado”, señala.
¿Y cuando se es el último en la línea familiar?
Haciendo la investigación para esta nota nos dimos cuenta de un patrón: Un aspecto común en los cuidadores de los adultos mayores es que son personas en la mitad de su vida, sin hijos o sin la expectativa de tenerlos. Es de esperarse que quien se haga cargo de la vejez de sus familiares sea quien no deba cuidar hijos –aunque es un fenómeno que se da y se conoce como la generación Sandwich, un tema ya abordado por otros medios de comunicación-.
“Incluso cuando estaba casada fue una decisión: no traer niños al mundo. Es algo en lo que he pensado: si no tengo hijos, quién se va a ocupar de mí. Ahí viene lo contradictorio porque mis hijos no tendrían la obligación de cuidarme, cada uno tiene la obligación de ocuparse de su vida, pero yo sí lo estoy haciendo”, reconoce Érika, “Entonces qué toca hacer: ahorrar para pagarse el ancianato, o hacer un ahorro programado para cuando uno llegue a esos años. Porque no hay más, a mis sobrinos no les puedo dar esa responsabilidad”.
Una posición que apoya Silvana, no solo desde el punto de vista profesional, sino también compartiendo la doble condición de cuidadora de su madre y con la firme decisión de no procrear. “Muchos en la generación de nosotros elegimos no tener descendencia. Personalmente, asumí de manera responsable y no como una obligación, el cuidado de mi mamá, y en ese momento puntal no tenía una o relación, ni hijos, lo que me ha facilitado el manejo. Uno se proyecta en cotizar una pensión, que no es una garantía de que va a vivir al 100%, pero si va a mejorar mis condiciones de vida. Si veo que tengo una enfermedad con otro tipo de cuidados, me institucionalizo en un sitio donde me cuiden y me den la alimentación. Y en el caso de tener una patología terminal, considero la posibilidad de la eutanasia, también como una decisión responsable”.