¿Sintieron calor la semana pasada? ¿Cómo les fue con el veranito del lunes? ¿Fuerte? Pues resulta que la fecha se convirtió en un hito histórico para la historia del planeta. De acuerdo con el servicio europeo de cambio climático Copernicus, que monitorea, entre otros datos, el clima global, el 22 de julio de 2024 ha sido el día más caluroso en la historia de la Tierra: una temperatura media global de 17,15 grados Celsius (62,87 grados Fahrenheit). Las alarmas no solo saltan por romper el récord, sino porque además batió el anterior, registrado apenas el año pasado, también en julio: fue el momento en el que el planeta superó por primera vez la barrera de los 17 grados centígrados.
El tema tiene mucho de dónde abordar, por la cantidad de variables que involucra, de responsables que tiene cada una, y de ecosistemas y especies afectadas. Y como toda actividad humana, la construcción se está autoanalizando, explorando posibilidades para reducir su huella de carbono y sumar en un esfuerzo que, esperamos como especie, no sea demasiado tardío. Por eso el eje central del XXII Encuentro de Constructores ofrecido por SIKA en Armenia el pasado jueves 25 de julio giró en torno a la sostenibilidad ambiental.
María Cristina Escobar Valencia, especificador líder Sika Colombia, fue quien expuso las iniciativas que, desde la compañía de insumos químicos, se adelantan. Pero además, la manera en la que desde el sector constructor se puede abordar la actividad ofreciendo alternativas amigables para ayudar al planeta a regular su temperatura.
“Todo Colombia está en un nivel muy bajo de consciencia para lograr un impacto real y poder decir que la construcción es una actividad ‘limpia’. Si de 5 tipos de actores que se involucran en la cadena (los que entregamos el producto, los que lo reciben, los que construyen, los que hacen la disposición final y los usuarios que lo adquieren), solo algunos se comprometen a desarrollar acciones orientadas a mitigar el impacto medioambiental, no vamos a lograr una sinergia que permita un resultado concreto y tangible”.
El panorama, de acuerdo con la conferencista, es más precario aún en las ciudades emergentes, como Armenia, en parte porque algunos de los actores involucrados no perciben una ganancia real en la adopción de este tipo de prácticas.
Co creando islas de calor
Abrimos esta nota hablando de fenómenos que nos atañen a todos sin excepción de nuestro entorno. Pero tal vez uno de los ambientes que más sufra de las altas temperaturas sean las ciudades. Ya lo habíamos hablado en una nota en El Cuyabran Post, en donde revisamos la costumbre (fea pero necesaria, según algunas entidades) de eliminar arbolado urbano y dejarnos viviendo en una placa de concreto en donde nos rebote el sol en la cara.
Este tipo de condiciones son las que han creado un efecto denominado ‘Islas de Calor’: la aglomeración de poblaciones viviendo concentradas, con vehículos emitiendo gases de efecto invernadero y equipos eléctricos encendidos, se suman a superficies existentes en edificios, calles, aceras y asfalto, cuya composición retiene más el calor del sol, que los campos o los bosques; espacios que, por sus cualidades naturales, ofrecen una mayor capacidad de enfriamiento.
“Nos enfrentamos a dos panoramas: el efecto invernadero y el tema del cambio climático. Con los adecuados métodos de construcción, y nosotros como productores de sistemas químicos sostenibles, buscamos aportar a que la absorción del calor se reduzca para permitir un menor consumo de agua y de energía; que al instalar estos productos se mejore la condición de confort térmico al interior de un inmueble, evitando que se deba usar calefacción o aire acondicionado”, aclara Escobar Valencia.
De parte del Gobierno y del usuario final –el consumidor de la cadena- ya se empiezan a valorar estas acciones. Certificaciones como LEED (Leadership in Energy and Environmental Design), reconocen las edificaciones que, por medio de su diseño y prácticas en la construcción, reducen su impacto medioambiental y mejoren la calidad de vida de sus ocupantes a nivel internacional. Por su parte la certificación EDGE va más allá, permitiéndole a un desarrollador calcular el consumo que tendrá.
“La metodología requiere de una precertificación, que arroja unos parámetros que se deben cumplir para que, al entregar en operación el proyecto, se logre certificar. Es una guía de qué actividades, productos y acciones se deben realizar”. Añade que el análisis efectuado no solo contempla la etapa de ejecución de la obra, sino también cuando esta es ocupada por quienes la hayan adquirido. “Eso genera réditos para la constructora (en tasas de crédito diferenciales y beneficios tributarios), pero también para el propietario que compra el inmueble y lo ve reflejado en menores costos de servicios públicos, una mayor valorización y precio de reventa a futuro y descuentos en la tasa de interés para créditos hipotecarios”.
Algo particular de esta certificación es que se evalúan, incluso, temas como el desplazamiento de las materias primas hasta el sitio de la obra (para medir las emisiones), y exige una reducción de por lo menos un 20% en el uso de energía, agua y carbono incorporado en los materiales, comparados con un edificio estándar local. Sika lo sabe y por eso ha definido una fuerte estrategia que incluye la recuperación y reaprovechamiento de agua, el uso de energía solar, prácticas de economía circular, una efectiva gestión de residuos sólidos y la obtención en 2022 del estatus de empresa carbononeutral.