Tal vez algunos lectores -y particularmente que hayan crecido en Colombia- recuerden que la generación de sus padres iba a alquilar películas de VHS, y entre la comedia, la de terror (y la que solo podían ver los adultos) pedían una de chinos. Así, con esa definición simplista y grosera, se conocía a los filmes de artes marciales. Por lo general eran, efectivamente chinas. Pero cuando veían series japonesas de anime, también las definían con la misma categoría: chinas.
La falta de acceso a medios globales, obviamente, dificultaba una apertura de pensamiento suficiente para saber la diferencia entre culturas. Si algo le debemos agradecer al internet, es sin duda, una mayor proyección y una visión más amplia del mundo. Y tal vez gracias a ella, hoy podemos disfrutar de películas chinas de todos los géneros, y saberlas diferenciar de las japonesas. Creo que los más jóvenes están logrando, en el momento, diferenciar a los coreanos; algo en lo que creo que ya me da dificultad.
El fortalecimiento de las industrias culturales en Asia oriental –llevado de la mano por un crecimiento de su capacidad adquisitiva- hizo que manifestaciones como, por ejemplo, el cine, empezara a llegar a Occidente. No solo con grandes blockbusters, que a veces baten con la taquilla (como Godzilla Minus One el año pasado), sino también con historias intimistas, bien contadas y que se convierten en protagonistas de los festivales más importantes de cine en el mundo.
Y entre estas, sin duda alguna, están los dramas. ¡Qué buenos dramas contemporáneos hacen en Oriente! No estamos hablando de Kurosawa, el papá de todos, pero sí de meritorios herederos de su legado. Vamos a darle un repaso a la manera en la que los realizadores de este rincón del planeta –que hoy vive una tensión creciente que esperamos se disipe- cuentan la nostalgia, la melancolía y la tristeza. Y para eso decidimos tomar un ejemplo de los considerados como los 3 grandes actualmente; historias en las que además, la trama personal se mezcla con un trasfondo político y social que nos habla incluso con más dureza, que el mismo melodrama.
In the mood for love (China – 2000)
Vamos a hacer un poquito de trampa; ni es tan nueva, ni es del todo china: es franco-hongkonesa, lo que enrarece aún más la delimitación como china (el tema de Hong Kong es de por sí otra nota). Sin querer pasar por un especialista en el tema –que no lo soy- creo que este filme abrió un nuevo mercado para la cinematografía oriental.
Dirigida por Wong Kar-wai, que empezó su carrera con una historia de gangsters, logra reflejar con una puesta en escena sobria, juegos de planos e iluminaciones, la historia de un hombre y una mujer que descubren la infidelidad de sus respectivas parejas, encontrando cada uno en el otro una posibilidad de escapar. Y luego una de encontrarse entre ellos, solo para toparse con la imposibilidad de concretarlo forzados por las reglas de la sociedad de los 60 en la isla.
Detrás del romance fallido, subyace el trasfondo político y económico de la época: una en la que la Hong Kong tradicional había desaparecido como resultado del intento unificador de Mao –que intentó destruir toda expresión del budismo o el taoísmo- y que se consolidaba como nodo logístico para todo el continente bajo la bandera británica. Y aún así, este es solo el marco en el que la historia recorre, al ritmo de boleros, una narrativa de soledad, nostalgia y decaimiento.
Drive my car (Japón – 2021)
El director Ryūsuke Hamaguchi decidió profundizar en una historia corta. Pero no cualquier historia: estaba firmada por el enorme Haruki Murakami, apuesta todos los años a un Nobel de Literatura que siempre se lo termina ganando un autor desconocido por el gran público. En la historia, el actor y director de teatro Yūsuke Kafuku acepta dirigir una adaptación de ‘Esperando a Godot’ con un elenco internacional. Esto representa su regreso a las tablas, luego del colapso sufrido años atrás frente a su público, originado por la infidelidad de su esposa y su posterior muerte por hemorragia cerebral.
Con este antecedente, la productora confía en él pero con ciertas prevenciones. Y aunque acepta que el artista sea movilizado en su auto particular (un viejo Saab rojo) en lugar de un moderno Uber, le impone un conductor: Misaki Watari, una mujer elegida por el mismo Kafuku por demostrar el absoluto desinterés por entablar conversación.
Entre ensayo y ensayo, la no-relación de ambos personajes se irá consolidando, paseando lentamente por las autopistas de Hiroshima mientras ambos se permiten fumar: tal vez el único factor que los une. En algún momento ambos personajes se empezarán a abrir el uno al otro, reconociéndose en el otro, hasta revelar el pasado secreto de la conductora, que aborda un trauma generacional y aspectos sobre la memoria colectiva en la cultura japonesa. Un no-romance en el que la depresión aparece descrita de la manera más ajustada a la realidad: como esa especie de desinterés por la vida.
Decision to Leave (Corea del Sur – 2022)
Los que habíamos los filmes que hicieron conocido al realizador Park Chan-wook (Oldboy, The Handmaiden) sabemos que sus historias fueron hechas sin hígado: lo retorcido de sus historias cuadran perfectamente con la violencia y perversión de sus escenas. En general se podría decir que su filmografía encuentra en el maximalismo la esencia básica para shockear al espectador. Por eso cuando estrenó Decision to Leave, el cuidado por detalles mínimos como el centrarse en las microexpresiones, el movimiento de las manos y la simbología al interior del plano llamaron inmediatamente la atención.
No es para menos: es el filme más introspectivo de su cinematografía. El investigador de la Policía Jang Hae-joon asume un caso simple de resolver: un hombre que escalaba una enorme roca cae al vacío. Pero al detective le gusta complicarse la vida. Y tratando de desenredar el ovillo termina conociendo a su abnegada esposa, Song Seo-rae, una china que no sabe hablar coreano, es dependiente económicamente del fallecido y además presenta signos de violencia.
La mujer además presenta otro signo inquietante: no muestra señales de tristeza. La sospechosa perfecta. El policía empieza a seguirla para hacerse una idea de la principal señalada de un potencial homicidio, y acá el filme negro se tiñe de romance: ella sabe que está siendo vigilada. La tristeza intrínseca en ella hace que en él afloren sentimientos, mientras que el cuidado y respeto que él le demuestra es algo nuevo y emocionante para ella. En medio de un pulso que fluye entre la pasión contenida que sienten y la posibilidad de que sea una femme fatale culpable de asesinato, se mezclará una trama política que habla de xenofobia en una sociedad ultra vigilada pero con una justicia aún corrupta.