Un día hace algunos años estaba de pie en un paradero esperando que pasara el bus para ir a una clase de 2:00 de la tarde en la universidad cuando una moto frenó justo en frente mío. Intercambiamos un par de frases, el personaje sacó un arma y la apuntó hacía mí. Esta es la historia de cómo ese personaje llegó a encontrarse conmigo en esa situación. Cualquier parecido con la realidad es mera coincidencia.
Duverney se levantó ese día muy a las 7:00 a.m.; normalmente dormía hasta más tarde, pero la adrenalina de la noche anterior no lo dejó pasar más tiempo en compañía de su almohada. Siempre, después de terminar una vuelta exitosa, le gustaba invitar a salir a su novia a un lugar bonito. No era una persona especialmente violenta, pero su trabajo lo obligaba a ponerse esa máscara, y algunas veces ese personaje violento le salía especialmente bien… no se sentía orgulloso de eso. Había soñado con la noche anterior con su suegro en una vía intermunicipal retirada atracando una tractomula. La modalidad era siempre la misma: Buscar un vehículo que fuera a baja velocidad subiendo la línea, amenazar al conductor con un arma para hacerlo parar y robarle todo lo que pudieran de la carga que llevaba. Era un negocio rentable, pero la post-producción era un poco intensa. El conductor de la noche anterior era especialmente valiente, por lo que le obligó a realizar actos por los que no se sentía totalmente cómodo. Sin embargo, como dije, la vuelta les salió bien.
Vivía con su madre, que sabía a qué se dedicaba su hijo y aunque le preocupaba, estaba convencida de que era una buena persona que se caracterizaba por tener una relación muy dulce con ella. Su trato con las mujeres era, en general, más respetuoso que el promedio de su círculo social. Luego de tomarse un café preparado por ella y darle algo del dinero ganado la noche anterior, la abrazó y la besó. Luego de bañarse llamó a su novia para invitarla a almorzar al medio día. Quedaron a las 12:30 en el barrio Granada. Se fue a pagar unos recibos mientras hacía algo de tiempo. No midió bien el tiempo, por lo que a las 12:20 recibió la llamada de su novia para preguntarle dónde estaba.
-Voy en camino- le dijo, sabiendo que no era totalmente cierto.
-Apúrese- respondió ella -que no puedo llegar tarde al trabajo porque mi jefe está muy mamón.
Sin despedirse, colgó la llamada y se fue a la calle donde había dejado su moto, le quitó el cartón y se lo entregó al señor del trapo rojo que la estaba cuidando con 500 pesos. La encendió en dos intentos y arrancó hacia el lugar de la cita. Cuando iba pasando por la Ché sintió una sensación extraña en el estómago; pensó que había sido el otro café que se había tomado después de pagar el primer recibo. Su celular comenzó a sonar, no paró para contestar hasta que llegó al restaurante en el que se iban a encontrar. Revisó su celular y encontró 5 llamadas perdidas de su suegro. Le devolvió la llamada.
-Don Carlos, ¿usted está con Laura- saludó Duverney
-Este hijueputa, ¿Dónde estaba que no contestaba?- contestó su suegro con un malgenio evidente.
-¿Qué pasó?
-Que algún triple hijueputa atracó a Laura hace nada.
-¿Cómo? ¿y qué ha dicho ella?
-Acá está llorando, me dice que fue un pirobo con camiseta de rayas.
En ese momento yo estaba levantándome de una siesta con mi camiseta sudada, por lo cual tuve que buscar una camiseta fresca, pues tenía que salir para irme a clase de 2:00 de la tarde. Encontré una de mi hermano, al que no le gustaba que me pusiera su ropa, pero él no estaba en la casa en ese momento.
Duverney fue hasta su casa, tomó su revólver y salió a buscar al personaje de camiseta de rayas que le había robado el celular a su novia. Don Carlos estaba dando vueltas por todos los alrededores del barrio Granada haciendo lo mismo.
Yo vi el reloj, y aunque estaba temprano, decidí salir con tiempo para aprovechar y repasar algo antes de entrar a clase. Me puse mi mochila y salí rumbo a la droguería en la que esperaba el bus. Normalmente caminaba hasta la universidad, pero ese día estaba haciendo mucho calor y decidí no caminar.
A dos cuadras de distancia, Duverney vio a un personaje con camiseta de rayas y de mochila, se acercó lentamente.
No encontré mis audífonos, que siempre me acompañaban, por lo que pude escuchar una moto acercándose a mí. La moto me interceptó el camino.
-Quiubo – dijo Duverney.
-¿Todo bien?- respondí.
-Acaban de robar a mi novia.
-Ajá, que cagada.
-Ella dice que fue un pirobo con camiseta de rayas.
Me miré el abdomen y evidencié una camiseta de rayas de colores: la de mi hermano.
-Uy, espere ¿Usted me está preguntando si robé a su novia?
-Yo no le estoy preguntando nada- dijo levantando su camiseta para mostrar un arma que tenía metida dentro del jean.
-Espere, espere, calmémonos, que yo acabé de salir de mi casa- Comencé a sudar de nuevo, mi respiración se comenzó a cortar y todo a mi alrededor se movía en cámara lenta -… y voy para la universidad.
En ese preciso instante, llegó don Carlos y sin mediar palabra sacó su arma y me apuntó.
-Eyyyyyyyyyy- le grité -¡espere que esto es un mal entendido! yo no soy el que ustedes buscan.
-Dice que va para la universidad- le dijo Duverney, de manera muy calmada.
Lentamente y pidiéndole permiso, tomé mi billetera y le mostré mi carnet estudiantil. Se quedaron callados por un momento, que en mi cabeza fueron 4 horas, se miraron y se fueron. Yo no entendía qué había pasado. Dos personas aleatorias me abordaron, me apuntaron, me acusaron y se fueron. Todo por haberme puesto una camiseta de rayas de mi hermano.
Epílogo: Un par de meses después, mientras caminaba hacia el centro con mi hermana, Duverney me abordó a un par de cuadras del parque Sucre. Yo asustado, lancé a mi hermana hacía el interior de un local aleatorio y lo encaré.
-Qué quiere- dije, cagándome del miedo.
-¿Usted es Alexis?- preguntó con su calma particular.
-No ¿Por qué?
Me miró y en silencio se fue.
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