Una biblioteca, un teatro y una casa en La Pola para rescatar su identidad

Una biblioteca, un teatro y una casa en La Pola para rescatar su identidad

Luego de décadas de olvido institucional, de ser ignorados como instancias con autonomía y capacidad de gobernanza, de solo servirle a algunos políticos (la mayoría, hay que subrayarlo) para ir a buscar votos en época electoral, las comunidades rurales parecen estar empoderándose y recuperando un rol más activo en las decisiones que tocan a sus comunidades. Sea por el empuje que desde el Gobierno nacional se les ha querido dar, o por el trabajo conjunto que desde la administración departamental se adelanta en varios puntos de la geografía, estos colectivos están dando muestra de algo que hasta hace poco era impensable: la capacidad de autogestionarse y de decidir sobre las acciones del Estado en sus territorios.

Pero sería inexacto asumir que estas iniciativas siempre arrancan de los Gobiernos y caen, de manera providencial en las manos de las poblaciones; también existen iniciativas que surgen de la ciudadanía y terminan escalando los escarpados riscos de la burocracia estatal… una realidad que desde El Cuyabran hemos querido destacar desde que inició operaciones. Un caso claro se vive en la vereda La Pola, del municipio de Circasia, en donde la comunidad se unió para gestar una propuesta de recuperación de la memoria y están a punto de construir un teatro.

-¿Construir un teatro?- le reiteró a Edison Rivera, uno de los mediadores de la Biblioteca Rural Itinerante – BRI de La Pola; la única del Eje Cafetero que fue seleccionada por el ministerio de las Culturas, los Artes y los Saberes para recibir este estatus.

-Sí. Va a ser un teatro pequeño, de cuatro metros de ancho por seis de largo. Va a estar hecho de manera artesanal, con estibas a modo de silletería, como en Casaparte. La tarima también va a ser en estibas, las luces nos las están donando las personas de la misma comunidad. Algo muy positivo es un curso técnico de construcción, mantenimiento y reparación de edificaciones que el Sena está impartiendo en la vereda con los jóvenes del sector, y la idea es que la parte práctica la hagan en este centro cultural.

Un teatro en medio de una vereda. Y ni siquiera una que suponga un tránsito constante hacia un centro poblado más grande, me quedo pensando. Aun así, falta todo el resto de esta historia para reconocer que, si alguna comunidad merece tener su propio teatro, tiene que ser esta.

La historia de una casa

Quien conozca los caminos rurales del Eje Cafetero no va tener dificultades en imaginarse este escenario: una carretera en doble sentido que corre sobre los dos únicos carriles de la vía. A lado y lado, mientras uno avanza por ella, pasan potreros, algo de café, algo de plátano, unos cuantos potreros de cría de vacas. E intempestivamente, en medio de ese océano de verdes, aparecen casitas campesinas construidas de cara a la vía.

Cerca a 1990 se instaló allí un puesto de Policía, en una esquinita que el propietario de una finca del sector donó para alojar a las autoridades. Pero en 1994 se decidió trasladar este control a la zona de Hojas Anchas, un poco más adelante, en un punto que se convertiría en el cruce de caminos de lo que podría funcionar como una perimetral para Armenia… No me desvío del tema… El caso es que en ese momento la finca cambió de dueños, y los nuevos residentes reclamaron la pequeña casita por la que, como era de esperarse, también pagaban predial por estar en sus terrenos.

El proceso pasó por los juzgados Primero y Segundo Promiscuo de Armenia, dando como resultado un fallo determinante para esta historia: el inmueble se le otorgaba a la Junta de Acción Comunal. Afortunadamente. En 1999, luego del terremoto, la Cruz Roja tomó el edificio para montar allí un puesto de salud. Pero como estamos en Colombia, el doctor, que iba una vez por semana, se empezó a aburrir porque se dio cuenta con el paso del tiempo que nadie se enfermaba. El inmueble se volvía a quedar sin inquilino.

-Por allá en 2018, Stefanía Arango Henao y yo ya estábamos haciendo talleres de expresión corporal y teatral con los niños, y proyectando películas a punta de videobeam prestado- me cuenta riendo Edison -Fue en 2020 que nos escriben Edward Bedoya y Alejandro Salgado, promotores de lectura de la Biblioteca Pública Municipal de Circasia en ese entonces.  Son ellos los que nos hablan de la convocatoria para la dotación para la constitución de una Biblioteca Rural Itinerante y nos hacen ver que cumplimos con los requisitos y con una actividad cultural con la población.

Spoiler: se la ganaron. Pero tocó esperar a que pasara la pandemia, en un año largo que aprovecharon para formarse en reuniones virtuales con la Biblioteca Nacional de Colombia, el Programa Nacional de Bibliotecas Itinerantes y los tutores regionales, en procesos propios de una biblioteca, como la conservación de la memoria y el fortalecimiento de la lectura y la oralidad. Y una vez pasó la crisis sanitaria, llegaron las cajas.

¿Dónde se iban a guardar estos materiales? Obvio. En la casa.

Tras los papeles

La historia no es tan color de rosa: La BRI de La Pola se amontonó en un cuarto de una casa que había sido abandonada, que no había recibido mantenimiento ni reparaciones por años. Cuando llovía se formaba una hermosa fuente bajo techo y la humedad amenazaba con comerse la estructura. Paradójicamente, el inmueble no tiene agua.

-Sin embargo, el hecho de contar con una locación nos convirtió en un eje de solicitudes y de gestión ante las autoridades. Desde allí se tramitó el mejoramiento de la vía, se logró la culminación de la caseta comunal (que solo tenía sus pilotes), y de los procesos culturales que ya veníamos haciendo años atrás. Y en 2022 nos montamos en la vaca loca de hacer parte de la Junta de Acción Comunal.

Todo, mientras le metían mano a reparar la infraestructura, a tapar la gotera, a pintar las paredes, a trabajar con el Sena en las instalaciones hidráulicas… Y en 2023, con Stefanía como secretaria de una JAC que renunció y la dejó encargada, que se enteraron de un nuevo incentivo abierto a las más de 650 BRI en todo el país, específicamente para sus mediadores, que hasta el momento han trabajado sin recibir un ingreso. Aún en fase de subsanación de requisitos y documentos, ambos saben en qué quieren invertirlos.

-En un teatro.

-¿En un teatro?

-Sí. Va a ser un teatro pequeño, de cuatro metros de ancho por seis de largo- me cuenta con orgullo.

Como se cuenta al inicio de la nota, los detalles de este centro cultural ya los tienen claros. Pero todavía hay algo que deben resolver… y es que esas bonitas costumbres de los abuelos en las que la palabra valía más que una firma echada en una notaría, hoy en día, no nos mintamos, resultan problemáticas. Todo se resume en el fallo de 1994 y que le otorgó el inmueble a la comunidad.

-El fallo determina que la casa debe ser para la comunidad y que la JAC la debe administrar- me dice.

-¿Pero la JAC tiene las escrituras o solo la tenencia?

-Lo que establece es una posesión de unos 30 años, pero no la propiedad. Esa es la discusión que tenemos ahora con la Personería municipal, porque es necesario hacer el desenglobe del predio, para separar las fichas catastrales de la finca y del centro cultural. Estamos a la espera de cuáles serán los caminos, sea por presunción de posesión o directamente con un proceso jurídico con los actuales dueños.

El trabajo desde la itinerancia

Bueno, pero aparte de enredos legales y demás, la BRI de La Pola sigue trabajando, agarrada justo de esa palabra que caracteriza su naturaleza: la de ser itinerante.

-La esencia del programa en sí es poder llegar a las diferentes veredas y fincas. Este miércoles, por ejemplo, tuvimos nuestra primera actividad, llamada Palabreando en la Finca en la finca La Paloma, donde hay en este momento 22 trabajadores. La idea es llegar con libros y series audiovisuales para suscitar la conversación sobre momentos históricos que han marcado nuestras culturas cafeteras, preguntarles a los campesinos, por ejemplo, cuál es la importancia de la radio cuando se recolecta café, qué representa para ustedes Transmisora Quindío, o el haber escuchado Kalimán cuando niños.

-¿Y cómo ha sido la respuesta de la gente?

-Hemos tenido la posibilidad de poder hablar con señores de fincas porque van al centro cultural, a veces se meten por el ladito en una película, y son un poquito tímidos, pero poco a poco se van abriendo al espacio. Y con un proyecto de reporteritos que adelantamos, hemos tenido la posibilidad de entrevistar a los abuelos y las abuelas para entender el trabajo que desarrollan, sus espacios y condiciones. Y esto es muy importante, porque, primero, la comunidad ha cambiado: hay personas que por vía de la migración han llegado, por ejemplo, de Venezuela, y han entrado a nutrir con sus aspectos culturales la comunidad, y esto hay que documentarlo. Pero también porque queremos proteger nuestra identidad de los posibles efectos del turismo.

La idea, complementa Edison, es que la BRI no se quede ahí, anquilosada, presa de un lío jurídico, traicionando su naturaleza. Pero también tienen claro que el llevar un teatro a una vereda será un motor importante para la cantidad de dinámicas que se están generando a su alrededor. Un proceso en el que, partiendo del postulado de que esto es de la comunidad (y no de la Alcaldía, o de la Gobernación, o de un partido político, ni siquiera de la Junta) se articula toda una vecindad, llevando a que las madres, por ejemplo, se encarguen de los refrigerios para las actividades que se desarrollan; o en el que se gesta anualmente un festival de La Cosecha para celebrar la recolección de café; o que se reconstruye la memoria y la identidad real de quién es el campesino del Paisaje Cultural Cafetero para luego volverlo a presentar en sociedad. ¿Quién pensaría que la casita al lado de la vía y que una vez fue estación de Policía y luego puesto de salud, terminaría apalancando a una comunidad que gestiona sus propias soluciones?

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